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TOMO I: IMPACTOS DE LA VIOLENCIA
CAPÍTULO PRIMERO.- CONSECUENCIAS INDIVIDUALES DE LA VIOLENCIA
CAPÍTULO SEGUNDO.- LA DESTRUCCIÓN DE LA SEMILLA
CAPÍTULO TERCERO.- LA AGRESIÓN A LA COMUNIDAD
CAPÍTULO CUARTO.- ENFRENTANDO LA VIOLENCIA
CAPÍTULO QUINTO.- De la violencia a la afirmación de las mujeres
CAPITULO SEXTO.- PARA QUE NO VUELVA NUNCA MÁS
INFORME REMHI Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI)
TOMO I: IMPACTOS DE LA VIOLENCIA
CAPÍTULO PRIMERO
En primer lugar, la represión produjo amenaza vital, tristeza por lo sucedido en una gran mayoría de los casos y muy frecuentemente sufrimiento extremo con hambre, sentimiento de injusticia y problemas de salud (1.1) . El duelo alterado por la muerte de los familiares, el cuestionamiento de su dignidad y la impotencia e incertidumbre respecto al futuro, forman un segundo grupo de efectos que indican un cambio global en el sentido de la vida. Aunque sus efectos individuales sean muy graves, probablemente el impacto traumático con severas secuelas en los momentos siguientes a los hechos (problemas graves de salud mental, etc.) no fue tan importante como los efectos anteriores. La mayor parte de los efectos individuales aparece de forma similar en los testimonios de hombres y mujeres. Predomina algo más en los hombres la descripción de efectos asociados a su dignidad como personas y su rol social como hombres, mientras que las mujeres muestran en sus testimonios más afectación personal (problemas de salud, alteración del duelo), y más efectos en su condición de mujeres. Respecto a los hechos, es mayor el porcentaje de hombres que de mujeres que hablan de las masacres, mientras que las mujeres refieren mayor número de asesinatos y hechos de violencia individuales describiendo más pérdidas familiares directas. El impacto traumático en la actualidad En la actualidad, se ha dado una disminución global de los efectos, pero la mayor parte de las personas ha mostrado todavía consecuencias de la violencia sufrida, que tiene probablemente tanto que ver con las contínuas experiencias de violencia como con la persistencia de sus efectos más severos. Los sobrevivientes describen como efectos individuales más frecuentes en la actualidad, una sensación de tristeza, de injusticia, de duelo alterado, y en menor medida (uno de cada tres que lo manifestaron en el momento de los hechos) de problemas psicosomáticos, hambre, soledad, recuerdos traumáticos y pesadillas. Sin embargo, otros problemas como la soledad se mantienen o han aumentado con el paso del tiempo. El duelo alterado también aumenta en la actualidad (por cada persona que mostró alteración de duelo en el momento de los hechos, hay dos que lo manifiestan hoy). Los efectos relacionados con los recuerdos traumáticos son más frecuentes actualmente en la descripción de los sobrevivientes, así como el encontrarse muy afectados en el momento del testimonio. A pesar de que ello puede mostrar un impacto importante en un grupo de personas, es también probable que se deban en gran medida a la movilización del recuerdo y al ambiente de violencia política y amenaza en que todavía se dio la recogida de testimonios.
La violación de los derechos humanos ha sido utilizada como estrategia de control social en Guatemala. Ya sea en los momentos de mayor violencia indiscriminada o de represión más selectiva, la sociedad entera se ha visto afectada por el miedo. El terror ha constituido no sólo una consecuencia del enfrentamiento armado (el miedo es el efecto más frecuentemente descrito en los testimonios), sino también un objetivo de la política contrainsurgente que utilizó distintos medios en los diferentes momentos del conflicto armado. 1) La represión selectiva sobre líderes Las desapariciones forzadas y los asesinatos y de líderes de organizaciones sociales fueron estrategias utilizadas a lo largo de todo el conflicto, pero predominantes en los años 65-68 y 78-83. La represión selectiva ha tenido como objetivo desarticular los procesos organizativos considerados como amenaza para el Estado. En esos casos, el modo de proceder y la actuación de la policía y cuerpos de seguridad estuvieron destinados a evitar la identificación de los responsables, la ostentación de la violencia y la presencia permanente de mecanismos de control, paralelo a una ausencia total de referentes públicos de protección como instituciones de justicia, medios de comunicación etc.
Los asesinatos selectivos de líderes tuvieron a menudo una dimensión de hostigamiento también a sus familias, ya fuera antes o después de los hechos de violencia. En ocasiones los familiares fueron posteriormente objetivo de la estrategia del terror, para evitar que denunciaran los hechos.
Sin embargo, la familia también fue objeto directo de represión en los casos en que los propios familiares fueron secuestrados o asesinados al no encontrar a la persona a quien buscaban. El hostigamiento hacia la población civil por parte de las fuerzas militares, tuvo en muchos lugares del país una dimensión comunitaria. Las acusaciones de participación o apoyo a la guerrilla involucraron globalmente a muchas comunidades que fueron tildadas de "guerrilleras". De tal manera que el origen geográfico o el lugar de procedencia se convertía en una acusación, cuando no en una agresión directa.
Especialmente en el período 78-83, el hostigamiento a través de incursiones militares, bombardeos o masacres tuvo un carácter masivo en comunidades de las áreas consideradas rojas por el Ejército (Ixcán, Verapaces, región Ixil, altiplano central, a finales de los años 70-80). Posteriormente, a partir del año 84 ese hostigamiento comunitario se centró especialmente en las poblaciones refugiadas en las montañas de Alta Verapaz, Cuchumatanes y las selvas de Ixcán y Petén, especialmente en las autodenominadas Comunidades de Población en Resistencia (CPR). En el caso de Guatemala esta estrategia de terror se desarrolló hasta las manifestaciones más extremas del desprecio por la vida, con la realización de torturas públicas, exposición de cadáveres, y con la aparición de cuerpos mutilados y con señales de tortura.
5) El miedo para la colaboración Parte de la propia estrategia del terror puede incluso afectar a los propios victimarios. En los testimonios recogidos se dan numerosas muestras de cómo el miedo opera como un mecanismo de control interno entre ellos.
La mayoría de los testimonios describen en los años 80-83 una gran presión militar sobre las comunidades, incluyendo la acción de Comisionados militares y la obligación de formar las PAC. A partir de entonces, la estrategia del miedo pasó a poner su peso en los mecanismos de control interno con la actuación de las PAC.
La polarización social como producto del enfrentamiento armado y el cierre de los espacios sociales para las luchas civiles, hicieron que en determinados lugares mucha gente de las comunidades se involucrara en la participación en la guerra, ya fuera de una manera voluntaria o forzados por la situación.
El miedo al ejército fue un factor generalizado en numerosas áreas rurales que llevó a la huida o en otros casos al apoyo más o menos directo a la guerrilla, como una forma de tener protección o de involucrarse de manera activa en el conflicto. En algunos testimonios recogidos relativos a los años 80/82, se refiere cómo la guerrilla también presionó a algunas familias o comunidades para que se involucraran de una manera activa en la guerra, o para que no prestaran ningún tipo de ayuda al ejército, a medida que la situación se iba haciendo más crítica. En algunas zonas, el miedo a ser tomado por "oreja" muestra esa constricción comunitaria que obligaba a tomar partido.
En los primeros años de la década de los 80 se generalizó un clima de terror en gran parte del país que se caracterizó por una violencia extrema en contra de las comunidades y movimientos organizados, con una total indefensión por parte de la gente. Una vivencia de amenaza permanente desorganizó completamente la vida cotidiana de muchas familias. Ya fuera a través de las masacres colectivas o de la aparición de cuerpos con señales de tortura, el horror tuvo un carácter masivo y de ceremonia pública que sobrepasó cualquier límite a la imaginación. A la ostentación de la violencia que se dio en esa época por parte del Ejército y cuerpos policiales, se sumó la ausencia de las mínimas posibilidades de recurrir a autoridades civiles, judiciales etc., para frenar las acciones en contra de la población, dado que habían sido eliminadas o se encontraban bajo control militar.
Sin embargo, y a pesar de que los efectos sociales de descohesión y desmovilización hayan sido enormes, la arbitrariedad y crueldad de la violencia también generó en mucha gente una mayor conciencia sobre la violencia y la acción del Ejército. Paradójicamente, esa conciencia del terror ha contribuido a desarrollar formas de resistencia.
Efectos individuales del miedo Las descripciones de la influencia del terror en la vida cotidiana de la gente, incluyen también las consecuencias individuales producidas por el miedo. Muchas de esas consecuencias no han sido sólo una reacción aguda al clima de violencia. Los efectos del miedo a largo plazo llegan todavía hasta nuestros días, debido al mantenimiento, durante años, de formas de amenaza y control militar.
El miedo también puede ser un mecanismo que ayuda a defender la vida. Cuando las situaciones de crisis se fueron haciendo más intensas, la percepción de riesgo vital hizo que muchas personas y comunidades tomaran la decisión de huir, protegerse o apoyarse mutuamente. En esta situación, el miedo es un mecanismo adaptativo que aun produciendo determinados problemas ayuda a la gente a sobrevivir.
El miedo en la actualidad ha sido relatado de forma espontánea en los testimonios en una proporción considerablemente menor. Sin embargo, la experiencia pasada, los recuerdos traumáticos, así como el mantenimiento de las amenazas en el contexto en que se realizó el trabajo de REMHI, hacen que la gente haya manifestado miedo todavía en un número importante de casos. Aunque hay que considerar el hecho de que las personas que se acercaron a brindar su testimonio han dado un paso considerable para enfrentar el miedo a hablar de lo que pasó.
En el análisis de los miedos en la actualidad manifestados por los declarantes, encontramos cuatro situaciones distintas, aunque en ocasiones se traslapan: a. En relación con los victimarios: Los declarantes manifiestaron un miedo muy grande provocado por la presencia, todavía hoy en las comunidades, de victimarios conocidos por las familias afectadas y que se mantienen en muchas ocasiones en estructuras de poder.
b. A las consecuencias negativas de dar su testimonio: A pesar de que muchos declarantes superaron el miedo a hablar, seguían teniendo una percepción de riesgo al dar su testimonio. En algunos casos, los propios declarantes revelaron que muchas personas no quisieron dar su testimonio por el miedo a las consecuencias que eso les pudiera traer.
c. A la reagudización de conflictos sociales en el postconflicto: El recuerdo traumático de las experiencias vividas genera en muchas personas la demanda y el deseo generalizado de que "la violencia no vuelva otra vez". Ese miedo es muy específico en algunos lugares en donde existen conflictos sociales que recuerdan la grave polarización social o la militarización de la vida cotidiana que se dio en algunos momentos de la guerra.
d. Mantenimiento de situaciones de amenaza: Por último, el mantenimiento en los últimos años de situaciones de represión selectiva sobre algunos movimientos sociales, o el impacto de hechos que se creían correspondientes a la memoria del pasado aún han estado presentes en las últimas etapas del conflicto armado.
2. LOS PROCESOS DE DUELO ALTERADOS En todas las culturas existen ritos, normas y formas de expresión del duelo, que provienen de concepciones distintas de la vida y la muerte. En el caso de la cultura maya, no se concibe la muerte como una ausencia de vida, y la relación con los antepasados forma parte de la cotidianidad.
En las condiciones de violencia sociopolítica extrema y desplazamiento, el duelo supone también un proceso de enfrentar otras muchas pérdidas, y tiene un sentido comunitario. La gente no sólo ha perdido amigos o familiares, sino que también puede sentir que se ha perdido el respeto por las víctimas y los sobrevivientes.
Además de la pérdida de sus seres queridos, la tristeza tiene un significado más global. Hay también duelo por la ruptura de un proyecto vital, familiar y en muchos casos tuvo una importante dimensión económica y política, la pérdida de estatus, de la tierra y el sentido de identidad ligado a ella. La destrucción del maíz y la naturaleza no fue sólo una pérdida del alimento o una forma de privación, sino también un atentado a la identidad comunitaria.
La destrucción de bienes materiales produjo un sufrimiento individual y familiar, pero también afectó al sentido comunitario de la vida. En las expresiones de la gente, la tristeza por las cosas materiales tiene incluso cuerpo. (Se queda triste su ropa. Caso 1343, Chicamán, Quiché, 1982).
Las diferencias culturales pueden hacer que el impacto de la violencia en los procesos de duelo tenga características propias. En la cultura ladina, el proceso de duelo va acompañado en los primeros momentos de la vela, entierro en el cementerio, acompañamiento a la familia; posteriormente se realizan ceremonias y celebración de aniversarios. Aunque también esto se da parcialmente en otras culturas, en la cultura maya tiene especial sentido el modo de morir (por ejemplo, la posición en que queda el cuerpo), el lavado de los cuerpos y los objetos que acompañen al finado, y posteriormente hay una mayor presencia de la relación con los antepasados en ceremonias y celebraciones. Algunos datos de informantes clave sugieren que se ha dado en los últimos años un aumento significativo de los suicidios en algunas zonas que sufrieron masacres. Aunque no existen estudios precisos y pueden influir otros factores, un análisis de los libros de Defunciones de la Municipalidad de Rabinal mostró un aumento significativo de las muertes por suicidio que anteriomente a los años 80, como en la mayor parte de las culturas indígenas, eran muy raras (un sólo caso en los diez años anteriores, por más de ocho en tan sólo dos años). Violencia sociopolítica y procesos de duelo alterados En los casos de masacres y violencia sociopolítica, es frecuente que estos procesos de duelo se encuentren alterados por el carácter masivo, súbito y brutal de las muertes. La mayor parte de los testimonios recogidos por el proyecto REMHI, demuestra el carácter brutal de las muertes que en algunos momentos fueron masivas, ya fuera en forma de asesinatos individuales, colectivos o masacres.
Las muertes brutales han añadido mayor sufrimiento a la experiencia de los sobrevivientes, con afectación de su estado de salud y persistencia de recuerdos traumáticos por el sufrimiento de su familiar antes de la muerte.
Dado el carácter público de muchas masacres, al impacto de la muerte se suma el de ser testigo de las atrocidades. Muchos de los declarantes vieron directamente las consecuencias de las masacres, o incluso convivieron en algunas ocasiones con personas que no murieron en el momento, sino que quedaron malheridas, y compartieron su agonía.
A la falta de sentido producido por las muertes violentas, se suma la mayor parte de las veces un profundo sentimiento de injusticia aún muy presente en la actualidad.
En algunos casos de ajusticiamientos por parte de la guerrilla, ese sentimiento de injusticia va acompañado de la decepción por las acciones de la guerrilla en contra de algunas personas de la comunidad.
A pesar de que la gente ha tratado de explicar esas muertes sin sentido, ya sea basándose en sus propios conceptos culturales, su experiencia previa, su ideología, cabe señalar el impacto que en el proceso de duelo pueden tener los sentimientos de impotencia o de culpa por no haber podido hacer nada para evitarlo.
La centralidad de la violencia, con la implicación directa de familiares o vecinos en los asesinatos, genera una mayor dificultad de enfrentar el dolor y atribuir sentido a los hechos.
La imposibilidad de entierros y ceremonias El efecto del terror en las personas cercanas provocó, en ocasiones, inhibición y parálisis del proceso de duelo. Muchas personas no pudieron buscar a sus familiares, realizar entierros o incluso reconocer el carácter violento de su muerte como consecuencia de las amenazas. Sólo la mitad de los sobrevivientes que dieron su testimonio sabe dónde quedaron sus familiares (49.5% sabe dónde están los cadáveres) y en menor medida, sólo una tercera parte (34%) pudo realizar un funeral o entierro. Además, la propia situación de emergencia o el contexto social represivo impidieron, la mayor parte de las veces, la realización de ritos y ceremonias que actúan como una forma de respeto y despedida de los fallecidos, y como una forma de solidaridad, de acompañamiento a los familiares. Muchos de esos procesos fueron impedidos de forma intencional, con el objetivo de aterrorizar a los sobrevivientes o no permitir el reconocimientio público de los hechos. En el manual de contrainsurgencia 1.2 del Ejército guatemalteco, se recogen indicaciones precisas para ocultar el destino de las personas fallecidas.
Sin embargo, esta práctica se subordinó en otras ocasiones a la estrategia de terror ejemplificante. A las condiciones de peligrosidad presentes en el momento, dado el mantenimiento de los operativos militares, se sumaron en muchas ocasiones las órdenes expresas de no tocar ni enterrar a las víctimas, con lo que muchas personas no pudieron enterrar ni dar los mínimos cuidados a sus seres queridos asesinados. La frecuencia con que se impartieron esas órdenes, y el cuidado con que el Ejército estudió las características sociales y culturales de la población maya para aumentar su grado de control en el área rural, hace de éste hecho una acción con intencionalidad política evidente de generar terror.
La destrucción que sufrieron muchos cuerpos fue también una forma de denigrar a las personas, de cuestionar la dignidad de las víctimas, teniendo también un marcado carácter cultural. La simbología de la destrucción (quema, macheteo, empalamiento etc.), el abandono de los cuerpos que fueron en muchas ocasiones comidos por las alimañas, o la utilización de lugares considerados sagrados como escenarios de la muerte, son parte de los testimonios que muestran sentimientos de duelo alterado en los sobrevivientes. A finales de los 70, muchas desapariciones forzadas se hicieron de forma individual en el marco de operaciones de los organismos de seguridad. Amparadas en la clandestinidad, las acciones nunca fueron reconocidas ni las familias pudieron saber finalmente el destino de sus seres queridos. Pero incluso en el área rural, donde muchas personas fueron desaparecidas en el marco de operativos militares o capturas en las que se identificó claramente a los autores, la desaparición forzada fue una práctica sistemática. En muchos de los casos recogidos, existen testigos de estos hechos en el momento de la captura e incluso la estancia en destacamentos militares. A pesar de tener, en algunos casos, la convicción de que finalmente fue asesinado, vivir con esa pérdida, es mucho más difícil. La desaparición genera una realidad ambigua y una mayor afectación y preocupación por la forma en que se produciría y el destino del cuerpo.
La ausencia de un lugar donde ir a velarlo, implica una mayor dificultad de enfrentar la pérdida y cerrar el proceso de duelo, aunque algunas personas terminen encontrando maneras de simbolizar la presencia de los desaparecidos o tener referencias para su recuerdo.
En la mayor parte de las ocasiones la respuesta oficial varió entre la negación de la captura o de que se conociera su paradero al uso de versiones contradictorias que produjeron mayor confusión entre los familiares. Además, el mero hecho de realizar esas gestiones supuso en muchas ocasiones amenazas directas o veladas para amedrentar a los sobrevivientes. Muchas familias vivieron así una profunda contradicción entre la necesidad de conocer lo sucedido y la parálisis de la acción para no ponerse más en peligro. La convicción de que muchas personas desaparecidas se encontraban en realidad cautivas por los cuerpos de seguridad se apoya en numerosos testimonios recogidos, en los que algunos declarantes fueron testigos de este hecho. En algunas ocasiones, los lazos familiares entre la población civil y algunos soldados, fueron una fuente de información sobre la situación de personas capturadas, pero a pesar de sus gestiones la mayor parte de las veces no se conoció el destino final de sus familiares. Muchos de ellos pueden encontrarse en cementerios clandestinos y fosas comunes que, según los testimonios recogidos, existen en varios destacamentos.
Nuestros datos apuntan también, de manera clara, que dado el carácter de los hechos y la dinámica social de la violencia, la realización del duelo necesita de información clara sobre el destino de los familiares; reconocimiento público de los hechos y de la responsabilidad institucional; y acciones de restitución social y dignificación de las víctimas. La culpabilización y responsabilización de las víctimas y sobrevivientes ha sido un elemento central de la estrategia contrainsurgente. Para ello el Ejército utilizó como mecanismos más importantes: la propaganda y guerra psicológica; los mecanismos de militarización e inducción de la conformidad, como las PAC; y las sectas religiosas. La manipulación de los conceptos culturales mayas–como la atribución a la propia conducta, la alteración del equilibrio con la comunidad y de la noción de pecado desde una perspectiva religiosa–, se orientó a culpabilizar a la gente y ocultar la intencionalidad de las estrategias represivas. Pero también la culpa es un sentimiento frecuente en muchas personas sobrevivientes de hechos traumáticos, sientiendo que tal vez podrían haber hecho algo para evitar los hechos.
Los casos en que se manifiesta más abiertamente son de algunos patrulleros que muestran gran afectación personal por haber participado en asesinatos o masacres. Sin embargo, en la mayoría de los patrulleros los testimonios que hablan sobre la participación en las PAC son más bien descriptivos de los hechos, sin hacer relación a su vivencia.
Esos sentimientos han atormentado a las personas afectadas durante años. Las formas de colaboración forzada han supuesto un trauma en muchas ocasiones para los que participaron en la represión directamente. En esos casos, la posibilidad de compatir esa experiencia, darle un sentido social y buscar la forma de consuelo han supuesto una forma de ayuda asociada al testimonio.
Como parte de la estrategia de culpabilización, el Ejército utilizó cualquier leve falta al orden militar como una forma de inducir la justificación de un castigo ejemplarizante para mantener el control de la población y forzar la obediencia absoluta. La culpabilización indujo también al control interno por parte de la comunidad.
La inducción a la colaboración forzada en el asesinato de miembros de sus propias comunidades fue utilizada como una forma de promover la complicidad con carácter colectivo. Al verse forzados a participar en atrocidades, la violencia se normaliza, se vuelve fuente interna y se alteran los valores de relación social y el propio sentido de comunidad. En algunos casos se relatan detalles que muestran hasta donde esa colaboración forzada en las atrocidades ha tenido una intencionalidad destructiva del tejido social.
Para eliminar posibles resistencias o sentimientos de culpa entre los victimarios, aumentar su conformidad con los hechos y reforzar la agresión contra la gente, también se reforzó una nueva identidad de patrullero mediante el premio a su conducta y la sustitución del sentido del duelo por una nueva conducta colectiva festiva.
La participación política: sentido de responsabilidad y de culpa Los pocos testimonios que refieren formas de culpabilizar a la propia víctima, tienen que ver con la participación en alguno de los bandos. En muchos casos, los sobrevivientes aún se preguntan por su propia responsabilidad como una forma de tratar de entender la causa de los hechos.
La implicación activa, y en muchos casos forzada, de la población civil en el conflicto armado ha producido distintas valoraciones en los testimonios sobre el sentido de culpabilidad o responsabilidad en los hechos. En los testimonios en los que se reconoce una participación activa de las víctimas como agentes armados del conflicto, las valoraciones de culpabilidad se matizan en función de aquélla.
En otros casos, las conductas periféricas de colaboración con la guerrilla se valoran después de forma negativa, en función de las consecuencias que tuvieron en la vida de la gente. El siguiente caso describe cómo la culpabilidad se pone en la guerrilla, después del secuestro y desaparición de su familiar por el Ejército.
Entre la palabra y el silencio La búsqueda de la conformidad a través del miedo puede también generar sentimientos de culpa por no haber hecho nada frente a las situaciones de violencia, especialmente en el caso de las personas que han sido testigos impotentes de los hechos.
Del sin sentido a la injusticia La falta de sentido de la muerte es muy frecuente en las entrevistas. La percepción más generalizada por parte de los familiares es un sentimiento de injusticia asociado a valoraciones positivas de la persona que resultó ser víctima. Estas valoraciones positivas incluyen un reconocimiento del rol social de la víctima, coincidente con el hecho de que muchas de las personas que sufrieron la represión tenían un papel importante en sus comunidades. El sentimiento de injusticia es también grande cuando la persona era significativa para la comunidad o se encontraba en una situación de debilidad o coerción manifiesta.
También se incluyen numerosas apreciaciones y reflexiones sobre el hecho de que la persona "no debía nada, era bueno". Esto supone una imagen positiva de su familiar, pero también una falta de relación de la represión sufrida con la experiencia previa. La impotencia ante la impunidad Frente a una realidad tan brutal, los familiares se han encontrado prácticamente en la totalidad de las ocasiones frente a la impunidad y la falta de reconocimiento de los hechos por parte del Estado y una ausencia de reparación social. Todo eso contribuye a que el sentimiento de injusticia entre los sobrevivientes sea todavía muy importante en la actualidad.
La impotencia a que se condenó desde el principio a las propias víctimas y sobrevivientes, y el hecho de que persistan las condiciones de impunidad, son los factores clave que más se asocian al mantenimiento de los sentimientos de cólera. A pesar de ello, la mayor parte de las veces la cólera ha permanecido escondida como una vivencia profunda de algunas víctimas, aunque no haya llevado a acciones de venganza.
En esas condiciones de falta de reconocimiento social e impunidad, muchas víctimas han vivido en una pretendida normalidad, forzados por el mantenimiento del control social, la militarización y una posición dependiente en las relaciones de poder en las comunidades.
La permanencia de las relaciones de poder basadas en la militarización y la posición de ventaja social de muchos victimarios han favorecido, aún en la actualidad, un ejercicio de la capacidad de coacción sobre las propias víctimas, que ven así recaer sobre ellas nuevas amenazas en caso de querer denunciar la situación.
Todo eso hace que en la actualidad las reacciones de cólera, aunque contenidas, puedan estar presentes en muchas víctimas.
El cuestionamiento de la lucha En el caso de ejecuciones extrajudiciales realizadas por la guerrilla, los sentimientos de injusticia aparecen frecuentemente unidos a una incongruencia de los hechos con los valores que teóricamente se defienden y un cuestionamiento de la práctica de la organización armada.
El predominio de los criterios militares en su lucha, así como la rigidez organizativa, producen en esos casos una insensibilidad frente al sufrimiento y un desprecio por la vida de la gente, que se subordina a los intereses militares. Yo me quedé huérfano y fui a avisar a mi abuelita: "ya mataron a mi tío". Después llamaron a mi abuelita y le dijeron que ya lo mataron "por oreja". Parece que la esposa de mi tío lo acusó con el papá de ella, porque mi tío no quería seguir en la resistencia, sino quiso ir a tierra fría y ella no quería. Las gentes del campamento nuestro se quejaron ante los responsables, pero para nada. Yo seguí trabajando triste, al mes el ejército mató a mi mamá y a mi hermanita y después a mi abuelita. Ya estoy solo y me fui para México. Caso 723, (Asesinato, según la declarante la víctima era acosado para que se incorporara a la guerrilla y, por su negativa, fue acusado de oreja), Ixcán, Quiché, 1984.
Los niños y niñas están presentes en la mayor parte de los testimonios. Ya sea como víctimas indirectas de la violencia en contra de sus familiares, como testigos de muchos hechos traumáticos o sufriendo directamente sus propias experiencias de violencia y muerte, constituyen un grupo social muy afectado por la violencia y la represión política. Cuando los niños se enfrentan a la realidad amenazante, tienen una menor capacidad de protegerse, resienten más la falta de apoyo familiar, y su capacidad de dar sentido a lo que sucede está en función de su propio desarrollo. Las necesidades de seguridad, confianza y cuidados se hallan muy alteradas, incluso más allá de los momentos de mayor violencia. Frente a esto, los niños con adecuado apoyo familiar, que pueden mantenerse activos (escolarización etc.), que encuentran condiciones para reconstruir la cotidianeidad, y reciben de sus familiares cariño, comprensión e información de lo sucedido adaptada a su nivel, pueden enfrentar mejor las experiencias traumáticas.
Los ataques indiscriminados contra la población civil, conllevaron también asesinato y lesiones a los niños. En ese contexto los niños tuvieron mayores dificultades para huir, menor conciencia del riesgo, escaso conocimiento de los mecanismos de la violencia, y una mayor dependencia de la familia que en esas condiciones no podía proporcionarles apoyo. Especialmente entre los años 80-83, muchos niños fueron asesinados directamente por soldados y miembros de las PAC. En el marco de acciones contra la población civil, fueron un objetivo fácil de las estrategias militares. Debido a que la mayor parte de las veces se mantuvieron cerca de sus madres, la violencia contra las mujeres estuvo frecuentemente asociada a la violencia contra niños y niñas
La mitad de los casos de masacres registrados relatan asesinatos colectivos de niños y niñas. En este carácter indiscriminado de la violencia de las masacres, las descripciones de cómo murieron los niños incluyen frecuentes atrocidades (calcinamiento, lesiones por machete y descuartizamientos, y sobre todo traumatismos severos en la cabeza). Muchas menores fueron violadas durante masacres o capturas. En menor medida se recogen muertes de niños por acciones indiscriminadas de disparos o ametrallamientos de comunidades. Esto muestra un carácter directo de agresión intencional, congruente con el trato que sufrieron globalmente las comunidades en esas situaciones.
En el contexto de masacres la violencia contra mujeres embarazadas llegó en ocasiones al ensañamiento con las criaturas que llevaban en sus vientres. Muchos niños víctimas del horror no aparecen en las estadísticas sobre la violencia porque no llegaron a tener nombre: murieron aún antes de nacer.
Sin embargo, en muchas masacres, la violencia contra los niños no sólo fue parte de la violencia contra la comunidad, sino que tuvo un carácter intencional específico. En estos testimonios recogidos por REMHI son frecuentes las expresiones de los soldados o patrulleros sobre el asesinato de niños como una forma de eliminación de toda posibilidad de reconstrucción de la comunidad e incluso de la posibilidad de justicia por parte de las víctimas.
Los datos sobre la muerte de niños y los relatos de los sobrevivientes que muestran las atrocidades cometidas, son también congruentes con los testimonios recogidos sobre los métodos de entrenamiento militar y la preparación que recibieron los soldados en esa época para llevar adelante la política de tierra arrasada. La consideración de toda la población civil de muchas aldeas como parte de la guerrilla y su eliminación física, incluyendo a la población infantil, fue en esos años (80-82) una estrategia bien planificada.
El desplazamiento masivo de la población, que frecuentemente produjo separaciones familiares, supuso para los niños un riesgo todavía mayor. Como también ocurrió en el caso de muchas mujeres, el mero hecho de no encontrarse con sus familiares, se convirtió en una amenaza de muerte sobre los niños. La sospecha de que pudieran ser hijos de guerrilleros fue considerada en esos momentos como un motivo que justificaba el asesinato por parte de sus victimarios.
En las condiciones de violencia indiscriminada contra la población civil, muchos niños de las comunidades rurales fueron testigos de las atrocidades cometidas contra sus familiares. Ya fuera de forma intencional, como parte de una estrategia de terror en contra de la población, o mientras trataban de ponerse a salvo, en la mayor parte de las masacres colectivas los niños estuvieron presentes en actos de violencia en contra de sus familiares. En la actualidad, los niños que fueron testigos directos de esa violencia pueden constituir un grupo de personas más afectadas por problemas como recuerdos traumáticos de la muerte de sus familiares.
Pero también las amenazas y torturas a niños fueron usados como una forma de torturar a las familias. En esos casos, con el objetivo de forzar la colaboración de la población, provocar denuncias de otros y destruir la comunidad, la tortura a los niños tuvo un carácter de terror ejemplificante para sus familiares y constituye una muestra extrema del desprecio por la vida y la dignidad de la gente. Frente a la posibilidad de ese sufrimiento, algunas personas declararon incluso preferir la muerte.
Además de ese carácter aterrorizante, el Ejército recurrió a la violencia contra los niños como un medio para la búsqueda de delaciones e información sobre movimientos de la guerrilla o simpatizantes. Estas atrocidades contra los niños son descritas por algunos declarantes como recuerdos traumáticos persistentes, como las mutilaciones de los cuerpos y, en algunos, el arrancamiento de vísceras. La forma cómo los mataron es una muestra del impacto del terror, recordada todavía hoy con gran sufrimiento.
El asesinato de niños ha tenido, por tanto, un fuerte impacto en los sobrevivientes, asociado a un mayor sentimiento de injusticia y símbolo de la destrucción global. Esa violencia contra los niños constituye un ataque a la identidad comunitaria que integra a los antepasados y los descendientes, y se expresa incluso en el lenguaje. Así, por ejemplo, en el caso de los achíes la palabra mam designa lo mismo a los abuelos antepasados que a sus nietos recién nacidos 1.4
Las condiciones extremas de vida en la huida y persecución por las montañas o camino del exilio, produjeron muchos casos de enfermedad y muerte entre la población infantil, debido a las condiciones de penuria y hambre, la falta de abrigo o la tensión traumática. Muchos testimonios de huida a la montaña en los primeros meses incluyen descripciones de niños que comenzaron a hincharse por el hambre, compatibles con problemas de desnutrición grave 1.5 . Muchos de ellos murieron. La imposibilidad de proporcionar cuidados básicos y alimentación a sus hijos produjo en sus familiares un gran sentimiento de impotencia y sufrimiento que en algunos casos persiste hasta hoy en día.
En las condiciones de huida de emergencia a que se vieron obligadas comunidades enteras, los niños suponían una dificultad importante para la rápida evacuación o proteger la vida. Las mayores dificultades de los niños pequeños para huir, así como los problemas de sus familiares para llevarlos consigo, produjeron muchos casos de pérdida, asesinato o muerte. Al drama de los padres que tuvieron que abandonarlos para poder huir se añaden potencialmente los sentimientos de culpabilidad por su muerte o desaparición.
Esos relatos dramáticos se repiten una y otra vez en distintas regiones donde la gente tuvo que refugiarse en la montaña o la selva. Los niños pequeños suponían para las comunidades una mayor posibilidad de ser descubiertos. Durante meses, en algunos casos años, y en medio de condiciones extremas de sobrevivencia, los niños ni siquiera pudieron llorar, jugar o desenvolverse solos. Eso hizo que los familiares tuvieran que tener un control muy directo de sus hijos e incluso llegar a reprimir su llanto, cuando los soldados estaban cerca. En algunos casos eso produjo la muerte o grave afectación neurológica de niños por la asfixia.
3. La militarización de la infancia A lo largo del desarrollo del conflicto armado, la militarización de las comunidades ha afectado también a la infancia. De mayor a menor frecuencia, estos procesos han incluido: la influencia de las Patrullas de Autodefensa Civil -PAC-; el reclutamiento forzoso; la vida en destacamentos o aldeas modelo. La mera presencia de las PAC como estructuras armadas permanentes en muchas comunidades, ha tenido su influencia en los niños. Desde el miedo a las agresiones o la muerte, hasta la normalización de la violencia, la convivencia en un ambiente militarizado influye en la infancia con sus patrones de socialización bélica. Además, especialmente en los primeros años de las PAC, se describen casos de participación de menores y cómo ésta era una norma habitual en muchas comunidades. Los casos en que se dio esa participación ha supuesto una militarización forzada de los niños y en muchos momentos un alto riesgo de muerte por el uso de las PAC en rastreos y la lucha contra la guerrilla. También se han dado numerosos casos de reclutamiento forzoso de menores por parte del Ejército durante prácticamente la totalidad del conflicto armado. 1.6
A pesar de que son frecuentes los testimonios de violaciones a mujeres, pocas veces se describen sus consecuencias. Al estigma de la violación se suma probablemente la vergüenza comunitaria por los hechos. Muchas mujeres se han enfrentado al dilema de qué hacer con los hijos concebidos como resultado de las violaciones. Dado que éstas tuvieron en algunos momentos un carácter masivo, ya fuera como parte del trato a la población civil considerada subversiva, en las capturas y masacres, o como consecuencia de haber quedado viudas o sin apoyo, el problema de los niños no puede ser considerado como poco frecuente. Incluso en los casos en que se quedaron con esos niños, las explicaciones sobre sus padres obligaron a muchas mujeres a confrontarse con el dilema de su propia vida, y buscar formas de explicación coherentes con su propia dignidad que ayudaran al niño a entender mejor su situación.
En los testimonios hay descripciones del destino que finalmente tuvieron esos niños. Estas descripciones son coherentes con lo señalado por algunas investigaciones 1.7, en el sentido de que los niños concebidos como resultado de una violación tienden a ser rechazados socialmente, como parte de una forma de resistencia comunitaria, pero también de aislamiento social de la mujeres consideradas como imagen de la vergüenza comunitaria. De una u otra forma, la entrega de los hijos producto de la violación a instituciones benéficas y de acogida, ha constituido un efecto importante de la violencia contra las mujeres y comunidades en muchos lugares del país.
Los hogares específicos parecen haber sido el destino de una parte considerable de estos niños, en los que también se acogió a huérfanos directos de la violencia. 5. De la adopción al secuestro La mayor parte de las veces la acogida familiar o las formas de adopción intracomunitaria ha formado parte de los mecanismos de cohesión y solidaridad que han proporcionado a los niños huérfanos un soporte familiar y comunitario muy importante para su desarrollo, salud e integración social.
Especialmente en los casos en que fue asesinada la madre, hubo familias que "regalaron" a sus hijos a otras que tenían más posibilidades de cuidarlos y con las que pensaban que iban a tener un mejor futuro. Sin embargo, cuando las madres sobrevivieron esa práctica parece haber sido mucho menor. Pero la acogida por otras familias no fue siempre un mecanismo de solidaridad para con los huérfanos. En los testimonios analizados se refieren algunos casos de rapto de niños que luego se utilizaron como sirvientes en familias que no fueron afectadas por la violencia, sino que más bien sacaron ventaja social de ella. También se han recogido denuncias de casos de separación forzada de sus familias, en los que los niños fueron utilizados como sujetos de reeducación en hogares especiales.
También aparecen algunos casos de niños que fueron separados de sus familias o comunidades, secuestrados y adoptados de forma fraudulenta por algunos de los victimarios de sus familias. Esta práctica les ha condenado a vivir con los asesinos de sus familiares sin saberlo. Según declaraciones del general Gramajo, cuando era ministro de Defensa, esa práctica fue frecuente en algunos momentos, por lo que puede afectar a muchos niños y niñas.
A pesar de la violencia sufrida, de las condiciones de vida extremas y de la militarización, los niños que han contado con un adecuado soporte familiar y social pueden encontrarse relativamente bien adaptados en la actualidad. Muchos de los declarantes que incluso fueron testigos de los hechos durante su infancia, han reconstruido sus lazos familiares y sociales, y se encuentran activos hoy en día. A pesar de la imagen de la infancia como únicamente de vulnerabilidad, también en las situaciones de tensión algunos niños y niñas han tenido una postura activa, y han enfrentado las dificultades de vida ayudándose entre sí y apoyando a sus familias.
Frente a las formas de denegación del peligro inminente con que en algunos lugares los adultos enfrentaron la posibilidad de ser atacados, los niños tuvieron en ocasiones reacciones de huida, al sentir el peligro muy próximo. 1.8 En situaciones de emergencia extrema muchos niños lograron huir, informaron a otras comunidades de lo que estaba sucediendo o dieron el aviso para que sus familiares pudieran salvar la vida. La postura activa de algunos niños también se ha manifestado posteriormente, reclamando por los hechos que sucedieron y de los que sus familiares no se atreven a hablar. En algunas ocasiones eso puede implicar ponerse en peligro, especialmente en los casos de convivencia con victimarios que tienen aún una posición de poder.
Los niños y niñas necesitan entender lo que les sucedió a ellos y a sus familias. Cuando esta búsqueda de sentido se encuentra con la falta de diálogo por parte de los adultos, el silencio o las explicaciones contradictorias, puede aumentar el impacto de la violencia. En cambio, las explicaciones claras y adaptadas a sus necesidades, así como una recuperación de la memoria de sus familiares, pueden ayudar a reconstruir su sentido de identidad.
CAPÍTULO TERCERO 1. destruccion y pérdidas colectivas y de la comunidad La violencia política afectó también al tejido social comunitario, especialmente en las áreas rurales donde los asesinatos colectivos y masacres produjeron efectos muy importantes en la estructura social de las comunidades indígenas, las relaciones de poder y la cultura. Los efectos que aparecen más frecuentemente son la destrucción comunitaria, en uno de cada cinco testimonios, y la destrucción de la naturaleza y hostigamiento colectivo. Posteriormente predominan una serie de efectos de profunda crisis comunitaria social como la desconfianza y la desestructuración interna. Las masacres tuvieron un mayor impacto comunitario 1.9. Los cambios religiosos y culturales específicos se describen en una proporción menor. Esto último es posiblemente debido al mayor impacto, en la memoria de la violencia, de las pérdidas y la crisis comunitaria, sobre la percepción de efectos culturales 1.10. En su objetivo de eliminación de las comunidades, consideradas bases de la guerrilla, los ataques del Ejército y las PAC incluyeron diversas estrategias de destrucción masiva: quema de casas, macheteo y quema de las cosechas y animales, destrucción de enseres, instrumentos y símbolos, bombardeos, etc. Esas pérdidas generalizadas son muy frecuentes tanto en los testimonios de masacres como en los que refieren hostigamiento a las comunidades que vivieron en la montaña. En muchos casos, la destrucción y quema de las casas se realizó incluso con la gente adentro. Además de su capacidad devastadora, la destrucción por el fuego connota un fuerte significado simbólico para la población indígena. Quemar realidades directamente vinculadas a la vida humana comporta la destrucción de su mwel o su dioxil, el principio que permite, entre otras cosas, la continuidad de la vida. Así sucede, por ejemplo con el maíz, las piedras de moler, y también con el cuerpo humano o cualquiera de sus elementos, por ejemplo el cabello.
Sin embargo, las pérdidas materiales o de los animales no siempre se debieron a la destrucción. El robo de ganado y enseres domésticos constituyó frecuentemente parte del comportamiento de soldados y oficiales en las masacres. Las pertenencias de la gente fueron consideradas por el Ejército como un botín de guerra. En muchos de los sobrevivientes aún está presente la memoria, incluso cuantificada, de las pérdidas sufridas.
Impacto de las pérdidas materiales La destrucción de los medios elementales de sobrevivencia (aldeas devastadas, propiedades destruidas, animales muertos o perdidos etc.) no sólo hizo a las familias afectadas más pobres, sino que además produjo un sentimiento de derrota y desesperanza. Muchas personas sienten que sus sacrificios económicos, sus luchas y trabajo realizados por generaciones, se han perdido y que esas pérdidas no sólo les afectan a ellos, sino a las generaciones futuras. Una muestra es el sistema de herencias en las comunidades indígenas, que difícilmente se puede seguir realizando. En la cultura maya la Tierra tiene un significado cultural profundo ligado a la identidad colectiva, es Qachu Alom (Nuestra Madre Tierra). Por eso la agresión a la naturaleza es también una agresión a la comunidad. Además, esa destrucción estuvo dirigida a eliminar las posibilidades de supervivencia de la gente. Las sociedades que practican la agricultura tradicional de la milpa controlan todos los elementos culturales que son necesarios para su funcionamiento: tierra, semillas, tecnología, organización del trabajo, conocimientos y prácticas simbólicas 1.11. Al destruir todas las siembras, se destruyeron también una parte de las semillas que, por generaciones, han heredado y guardado las comunidades. Esa pérdida supuso una ruptura de las posibilidades de reiniciar los ciclos productivos y una merma en la calidad del maíz y otros cultivos, pero también de la sabiduría y recursos genéticos de las semillas seleccionadas y cuidadas durante generaciones. Pero también se utilizaron estrategias cuyo grado de perversión y diversificación de destrucción comunitaria afectó los mecanismos básicos de supervivencia y los símbolos de la vida.
El significado de las pérdidas La destrucción comunitaria supuso numerosas pérdidas materiales para los sobrevientes. Nos centramos en este capítulo en el sentido colectivo de destrucción de la comunidad. Muchas de esas pérdidas materiales y sociales, además de su impacto económico y social, tienen un carácter de "heridas simbólicas", es decir que hirieron los sentimientos, la dignidad, las esperanzas, y los elementos significativos subjetivos que forman parte de su cultura, de su vida social, política e histórica. Se destruyó su sistema normativo al imponer el poder de las armas, al matar a sus líderes y autoridades tradicionales, y al destruir su organización social básica, sus criterios y principios éticos y morales fueron transgredidos. Se generó confusión entre sus habitantes, porque fueron precisamente las personas respetadas, valoradas y consideradas guías de la comunidad, las que primero fueron asesinadas por el Ejército debido a que las consideraba culpables (pecadores) acusándolos de guerrilleros y comunistas. Fue profanado lo sagrado, les quitaron la tierra, cortaron y quemaron las siembras, los cerros, la naturaleza en general, destruyeron y quemaron las casas y con ellas los altares familiares, envenenaron el agua, quemaron la iglesia, mataron a sus seres queridos en los lugares donde se realizan las ceremonias ancestrales, profanaron los espacios en donde han sido enterrados los muertos, pisotearon la dignidad, atacaron la lucha, sus esperanzas, la vida. La eliminación de líderes y autoridades La criminalización de cualquier tipo de liderazgo que no estuviera bajo control militar, significó una pérdida de los sistemas comunitarios para resolver los conflictos o promover el desarrollo. Además, produjo una pérdida a mediano plazo importante, dado el hostigamiento y las acusaciones que se dirigieron contra cualquiera que pudiera retomar un papel comunitario u organizativo relevante.
En su intento de ganar control sobre el tejido social de las comunidades, las autoridades civiles fueron también objetivo de la violencia. Para el Ejército, el control de la población implicaba la eliminación de las autoridades civiles, su obediencia y sumisión a las autoridades militares o su sustitución. Como resultado, muchos alcaldes auxiliares y autoridades locales fueron asesinados. En el caso de la guerrilla, los asesinatos selectivos de autoridades comunitarias estuvieron motivados por su resistencia a la colaboración con la insurgencia o debido a las acusaciones de colaboración con el Ejército. En otros casos, el poder de la guerrilla para la lucha contra el Ejército se extendió también al tejido social de las comunidades, sustituyendo de hecho a las autoridades civiles. Ya fuera debido al poder de coacción, o a la primacía de la capacidad militar para oponerse al Ejército, o a la credibilidad que tenía entre algunas poblaciones, la presencia guerrillera supuso también una pérdida de poder por parte de las autoridades civiles. La pérdida y cambios en las autoridades comunitarias y su subordinación o sustitución por autoridades militares no sólo significó una imposición de prácticas y valores ajenos a la comunidad, sino también una dinámica de abusos de poder. También se suprimieron los mecanismos que tenían las comunidades para controlar la forma en que se ejercía la autoridad, dado que nadie podía cuestionar el comportamiento o desobedecer a las nuevas autoridades. Los Comisionados Militares y las PAC produjeron un cambio global de las relaciones de poder en las comunidades, estando éstas marcadas por la posesión de las armas y el poder de coacción. 2. La desestructuración y crisis comunitaria Especialmente en los años de generalización de la violencia, la escalada de tensiones y el conflicto abierto obligaron a la gente a tomar partido en un clima amenazante y polarizado. En muchos casos, la división comenzó ya en la familia, por los desacuerdos respecto a apoyar a determinada fuerza militar. Ese mismo proceso se dio en el ámbito comunitario, generándose tensiones sociales y divisiones comunitarias. Esa división generada por pertenecer o simpatizar con la guerrilla o el Ejército, supuso en muchas comunidades un conjunto de estrechas relaciones traicionadas, que son difíciles de restablecer. La militarización trastocó y cuestionó los valores de lealtad y respeto.
Hostigamiento y ruptura de la cotidianeidad El hostigamiento comenzó con la limitación de las actividades cotidianas ligadas a la dinámica comunitaria como el intercambio comercial y la movilización. El cierre de las posibilidades de comercio, el aislamiento de las comunidades y el control de la movilización de la gente formaron parte del contexto previo a muchos de los asesinatos colectivos y la destrucción de comunidades.
En los años 80 los procesos de concentración de la población civil se convirtieron en una práctica del Ejército que aumentó el aislamiento social de las comunidades y su control militarizado. Según los testimonios recogidos, al menos una de cada cinco comunidades que sufrió masacres quedó después bajo control militar. Este control militar a través de la presencia del Ejército, los comisionados o las PAC, tuvo una enorme influencia en la dinámica comunitaria, supeditada durante años a la lógica militar. El extremo de esta reestructuración forzada de la cotidianeidad lo constituyen las aldeas modelo y polos de desarrollo, pero en menor medida afectó a otras muchas poblaciones del área rural.
Ruptura de las relaciones sociales La desintegración comunitaria supuso también una pérdida del apoyo social que las relaciones entre las familias y vecinos proporcionaban. Ya fuera por la influencia de las pérdidas como por el miedo, se rompieron las posibilidades de apoyo y de solidaridad en asuntos vitales para los miembros de la comunidad. La posibilidad de ser acusados de colaboración con la guerrilla por el más mínimo motivo, puso en situación de riesgo extremo cualquier intento de solidaridad. La violencia destruyó también muchas prácticas sociales como alianzas matrimoniales y sistemas de parentesco que, a su vez, determinan relaciones socioeconómicas y políticas y la propia identidad social, especialmente en las comunidades mayas.
Cualquier orden social requiere un mínimo de cooperación entre sus miembros. Sin ese mínimo de cooperación –que exige por ejemplo el respeto a ciertas normas colectivas, lazos de solidaridad, confianza básica, respeto elemental–, la vida común es imposible (Martín Baró, 1989). Esas experiencias de solidaridad han estado tradicionalmente en la base de las comunidades rurales.
Sin embargo, muchas personas mantuvieron conductas de solidaridad, asumiendo las consecuencias negativas que sus decisiones de ayudar a otros pudieran producirles. Junto a matanzas espantosas y acciones de horroroso terrorismo, hay también continuas muestras de solidaridad y de profundo altruismo. 3. La militarización de la vida cotidiana: El impacto de las PAC La obligación de participar en las Patrullas de Autodefensa Civil desestructuró la vida comunitaria. Su estructura jerárquica siguiendo el modelo militar impuso unas nuevas formas de poder, normas y valores marcados por la posesión de las armas y el poder de coacción. Cualquier actividad social pasó a estar bajo control o supervisión directa o indirecta por parte del jefe de las PAC y por tanto del Ejército. El poder militarizado supuso una mejor posición social para algunos dentro de las comunidades, siendo utilizado en muchas ocasiones para beneficio personal. Se produjo una generalización del sistema de las PAC en toda el área rural, aunque no en todos los lugares tuvo las mismas características ni el mismo impacto comunitario. La obligación de participar en las PAC cambió la vida cotidiana de las comunidades afectando la economía de las familias. Los días que los hombres tenían que dedicarse a la patrulla suponían una pérdida de su trabajo, que con el tiempo se convirtió en una carga pesada para la economía familiar. Además los sistemas habituales que las familias tenían para obtener ingresos complementarios –como el comercio o el desplazamiento para trabajar como temporeros– se vieron afectados por el sistema normativo de las PAC. Los hombres tenían que pedir permiso para moverse y en muchas ocasiones tenían que pagar el turno de patrulla que no podían hacer. De esa manera, la patrulla se convirtió en un perjuicio económico.
El sistema de patrullas reprodujo también el control de grupo y la socialización bélica presionando a sus miembros a participar y aún sobresalir individualmente en comportamientos violentos como agresiones arbitrarias contra personas indefensas. Otros muchos actuaron presionados porque el no cumplimiento de las órdenes era castigado de forma severa y podía significar su propia muerte. La militarización de las comunidades tiene, por tanto, consecuencias a largo plazo, más allá de los procesos de desmovilización que han acompañado a la finalización del conflicto armado. El mantenimiento del poder de coacción, sea a través todavía de la posesión de armas o de otras formas de control social por parte de los responsables de las estructuras de las PAC, hace necesario replantear la gestión del poder local en las comunidades. La desmilitarización real, así como los procesos de reparación social, justicia y dignificación de las víctimas, son pasos necesarios para la reconstrucción social de las comunidades más afectadas por la guerra. 4. La identidad social: violencia frente a la religión y la cultura La violencia ha tenido también un impacto en las prácticas religiosas y culturales que constituyen una parte central de la identidad social de las personas y comunidades. La política contrainsurgente se orientó a cambiar el modo de pensar y sentir de la gente no sólo respecto al Ejército o las operaciones militares, sino también sobre muchas creencias, actitudes sociales y prácticas que el Estado consideraba peligrosas. Algunos de los cambios que se describen a continuación tienen que ver con ese carácter intencional de destruir la identidad social. Otros, forman parte de la experiencia de discriminación y racismo en contra de las poblaciones indígenas que la política contrainsurgente exacerbó. Por último, algunos deben verse también en un contexto más amplio de cambios sociales debidos a la influencia de factores económicos y sociales de las últimas décadas.
La desestructuración comunitaria y el desplazamiento implicaron muchas dificultades para mantener ritos y celebraciones religiosas. El miedo de profesar la religión católica por su consideración por el Ejército como una doctrina subversiva, fue el motivo más frecuente de bloqueo en las prácticas religiosas en el área rural. Las prácticas religiosas, tanto de la religión maya como de la católica, tuvieron que cambiar debido a la pérdida de oratorios y lugares sagrados. Otras tradiciones religiosas más centradas en los ritos colectivos como los católicos carismáticos y los evangélicos tenían una menor presencia en ese tiempo.
A parte de algunas iglesias evangélicas que se mantuvieron al lado de la población afectada, la penetración creciente de las sectas evangélicas que ya venía dándose se encontró entonces con el vacío religioso dejado por la represión y fue estimulada por parte del Ejército como una forma de mantener el control de la gente 1.12. Las sectas difundieron su propia versión sobre la violencia, culpabilizando a las víctimas y promoviendo una reestructuración de la vida religiosa de las comunidades basada en la separación en pequeños grupos, los mensajes de legitimación del poder del Ejército y de salvación individual, y las ceremonias que utilizan la descarga emocional masiva. La violencia se constituyó entonces en el más poderoso impulsor de las sectas evangélicas con gran implantación en buena parte del país.
La profanación de lugares sagrados fue también una práctica frecuente por parte de las autoridades militares. En el marco de las operaciones militares en contra de las poblaciones rurales, muchos de los asesinatos se realizaron en lugares considerados sagrados y que han formado parte de los ritos mayas durante generaciones.
Durante los primeros años de los 80, muchas Iglesias fueron destruidas y profanadas. En algunas regiones como en el Quiché, incluso fueron ocupadas militarmente y utilizadas como centros de detención y tortura.
Pérdida de las autoridades tradicionales Muchas comunidades que sufrieron la pérdida de sus ancianos y autoridades tradicionales, perdieron con ellos la memoria de sus ancestros y las experiencias de resolver los problemas comunitarios según el sistema tradicional maya, donde las formas de reparación del daño predominaban sobre las formas punitivas. Esos sistemas, que implicaban una acción positiva por parte del transgresor hacia la persona afectada o la naturaleza, se desarrollaban dentro del mismo medio social de la comunidad 1.13.
Como consecuencia del desplazamiento a otros lugares, muchas personas tuvieron que aprender otra lengua, especialmente el castellano. Incluso en los casos en que las familias lograron reconstruir su cotidianeidad como en las experiencias del refugio o CPR, la lengua común para poder entenderse pasó a ser el castellano. En el proceso de socialización de los niños, ese cambio ha dificultado el aprendizaje de la lengua materna.
Los tejidos tradicionales tienen un fuerte contenido simbólico, artístico y emotivo, muy ligado a la identidad y el sentir de la gente. El traje maya como identificador étnico está cargado de múltiples y contradictorios sentidos porque es "un objeto" que se vive con particular intensidad: son producidos por las mismas mujeres, son parte de su ser social y, al fin, guardan un poder tal de significación que se refleja en las prácticas cotidianas de la población guatemalteca en general". 1.14 En muchos casos la pérdida de los vestidos tradicionales tuvo que ver con la destrucción y pérdidas generalizadas. Las dificultades para obtener hilo, tejer o comprar los materiales necesarios hizo de la recuperación de la ropa tradicional un proceso costoso para las precarias economías y condiciones de vida de las poblaciones afectadas.
Algunos testimonios recogen la vivencia de vergüenza por parte de las mujeres por el hecho de tener que vestirse con ropas no tradicionales o harapos. El componente simbólico y ligado a la identidad de los trajes tradicionales, especialmente en el caso de las mujeres, hace necesario comprender esa pérdida no sólo con un carácter material sino asociado a su propia dignidad.
Pero también el uso de la ropa tradicional constituyó un peligro para las mujeres que la portaban, ya que la asociación con sus comunidades de origen suponía una forma fácil de identificación. Muchas mujeres tuvieron que cambiar su traje o dejar su ropa tradicional como una forma de ocultar su identidad. De la misma manera, muchos hombres tuvieron que ocultar su origen para no ser acusados de guerrilleros. La reconstrucción del tejido social En la actualidad se ha dado una recomposición del tejido social, que ha tenido como protagonista a las propias víctimas y sobrevivientes, recuperándose el papel de Comités pro/mejoramiento, catequistas, organizaciones populares y sindicales, promotores de salud o educación y en alguna medida de las autoridades tradicionales. Si bien ese proceso es lento, está todavía desarrollándose. El surgimiento de nuevos liderazgos, grupos y movimientos sociales en los últimos años es una muestra de esos esfuerzos y supone una esperanza para el futuro. Sin embargo ese futuro está amenazado por los conflictos comunitarios actuales, entre los que destacan los problemas de la tierra, mediatizados por el desarraigo de los desplazados y refugiados. La histórica conflictividad social por el problema de la tierra se ha visto en buena parte acrecentada por el conflicto armado. Otro tipo de conflictos actuales ligados a la violencia tiene que ver con el contexto de impunidad y la presencia de los victimarios en muchas comunidades. Según nuestro datos, en uno de cada tres testimonios aparecen victimarios conocidos que participaron en las acusaciones, asesinatos o acciones contra la población (17,3% de la comunidad y 15,2% de fuera de la comunidad). En algunos casos, el victimario tenía incluso una relación familiar con la víctima (2%).
A pesar de que algunos testimonios hablan del perdón, en base a sus valores religiosos, la mayoría de los que se refieren a la convivencia con victimarios hacen explícita su demanda de justicia y castigo a los responsables. El establecimiento de mecanismos consuetudinarios de justicia, el reconocimiento por parte de los victimarios de sus acciones y la reestructuración del poder local son algunos de los pasos necesarios para restablecer las bases de la convivencia en la sociedad. Por último, los procesos de reintegración social de población civil y ex-combatientes suponen un enorme reto para los próximos años en el proceso de reconstrucción del tejido social destruido por la guerra. Porque siento mucho, me golpea nuevamente, más cuando mis vecinos de hoy día, siempre me están señalando de persona mala. Todo esto nos duele recordar, nos da tristeza. Cuando en realidad cambiamos el lugar. Venimos y volver a oír otra vez los problemas, a señalarnos, a amenazarnos otra vez, a decirnos que somos unos matadores de gente, que somos unos guerrilleros, que somos unos brujos, que hemos matado a mucha gente. Caso 1642 (Declarante hombre qeqchi), Cahabón, Alta Verapaz, 1980.
CAPÍTULO CUARTO 1. LAS DISTINTAS EXPERIENCIAS DE LA POBLACIÓN Una parte importante de la experiencia de la gente lo constituyen los mecanismos que ha utilizado para enfrentar las consecuencias de la violencia. A pesar del peligro, muchas personas y grupos se mostraron activas. La cultura maya ha caracterizado las formas de enfrentar la violencia, en el siguiente cuadro se resumen algunas de esas características culturales.
En uno de cada tres testimonios se refiere desplazamiento y al menos en la mitad de las ocasiones los sobrevivientes trataron de enfrentar directamente la situación, aún dentro de sus limitaciones. Le siguen en frecuencia son las conductas de solidaridad y las precauciones y medidas de vigilancia. Posteriormente, aparece un grupo de formas de afrontamiento muy diversas, y que se refieren a muy distintas experiencias (compartir experiencias, el retorno, el autocontrol, la reconstrucción de lazos familiares, la resistencia en situaciones límite, el no hablar de lo sucedido, el afrontamiento religioso, el compromiso político, la resignación y la interpretación de los sueños) 1.16. Vivir en medio de la violencia. En términos globales, es la que explica en mayor grado la experiencia de la gente, entre la resistencia y la adaptación para vivir en medio de una situación militarizada. Las formas de preservación (como el no hablar y tratar de controlarse), de apoyo mutuo (como las conductas de solidaridad), y de tratar de hacer algo para enfrentar los hechos (como buscar a sus familiares), o las formas de afrontamiento religioso, la mayor parte de las veces como respuesta como sentimientos de protección de los sobrevivientes, fueron recursos básicos que las poblaciones afectadas utilizaron para enfrentar la situación.
Se trata de un afrontamiento colectivo o comunitario de huida colectiva, relacionado sobre todo a la experiencia del exilio y desplazamiento a la montaña (asociaba el desplazamiento, el retorno y la reconstrucción de los lazos familiares, ver apartado 2 sobre desplazamiento, más adelante). En los testimonios recogidos, aparecian dos grandes patrones:
Caracterizada por la precaución y vigilancia junto a la organización comunitaria y asociada al desplazamiento colectivo al exilio y la montaña. Es una dimensión de afrontamiento instrumental colectivo (ver apartado 2 sobre el desplazamiento en CPR, montaña y exilio). Resistencia en situaciones límite. Esta dimensión es más individual y supone una forma de adaptarse a las situaciones estresantes y traumáticas (reunía la resistencia en situaciones límite como la tortura o la vida en la montaña, con el hablar y la interpretación de los sueños). Muchas personas refieren haber hablado con otros de su experiencia, como la tortura o la vida en la montaña, buscando así ayuda de otros para denunciar la situación.
También la interpretación de los sueños ha formado parte del conjunto de recursos culturales con los que la gente ha tratado de enfrentar la violencia. En el caso de la cultura maya, los sueños tienen una interpretación cultural en relación con la vida actual o pasada de la persona, la orientación de su conducta hacia el futuro y la comunicación con los ancestros. Los sueños se comparten frecuentemente en la familia y se buscan interpretaciones por parte de los ancianos y sacerdotes mayas. En casos de situaciones límite como la tortura, los sobrevivientes describen sueños que tuvieron en general un significado positivo, y que les ayudaron a estar mentalmente activos y mantener la esperanza.
Tratar de cambiar la realidad. Otros testimonios refieren el compromiso sociopolítico y a la reinterpretación positiva de lo ocurrido, es decir, las formas de comprometerse para tratar de cambiar la realidad, como una manera de enfrentar la violencia. Sin embargo, los intentos de organización de las personas y comunidades afectadas por la represión no han tenido un camino fácil. En toda su historia han enfrentado secuestros y amenazas que trataban de frenar sus acciones.
Como en la historia del Pop Wuj cuando los jóvenes Jun Ajpu y Wuqub' Ajpu, que fueron burlados, torturados, asesinados y sepultados entre risas por los señores de Xibalbá, que les habían dicho a sus víctimas: "ahora moriréis. Seréis destruidos, os haremos pedazos y aquí quedará vuestra memoria". Sin embargo, la calavera de uno de ellos estaba disfrazada entre las frutas de un árbol sabroso cuando se acercó la joven Ixquic. Al extender ésta su mano, la calavera le lanzó un chisguete de saliva, y le dijo: "En mi saliva y en mi baba te he dado mi descendencia...", y la joven queda embarazada 1.17 (Poop Wuj, Segunda Parte, cap. 2 y 3).
2. LA EXPERIENCIA DE LOS DESPLAZADOS Carácter masivo del desplazamiento
El desplazamiento ha sido un elemento central de la experiencia que han sufrido las poblaciones afectadas por la violencia. Si bien ha sido un fenómeno constante a lo largo del conflicto, adquirió dimensiones masivas al principio de la década de los 80. Durante la década 60/70, el desplazamiento tuvo un carácter más individual. Posteriormente, el desplazamiento de la población no fue sólo una consecuencia de la violencia sino que se convirtió en un objetivo de la política contrainsurgente, especialmente en las zonas de grave conflicto social con presencia o influencia de la guerrilla. Pero también el desplazamiento es un mecanismo que distintas poblaciones utilizaron para defender la vida.
Ya fuera familiar o comunitario, en la mayor parte de los casos recogidos por REMHI el desplazamiento tuvo un carácter colectivo. En las áreas del Norte de Quiché, San Marcos, Chimaltenango, Alta Verapaz, Baja Verapaz y Huehuetenango, el desplazamiento adquirió una dimensión masiva, produciéndose auténticos éxodos de la población.
Sin embargo, cuando la amenaza recayó exclusivamente en una persona, y su familia tenía suficiente apoyo social y condiciones de seguridad mínimas, el desplazamiento fue individual. Sin embargo, en muchos de esos casos al desplazamiento individual le siguió posteriormente el de la familia, en un intento de reconstruir los lazos. Este tipo de desplazamiento se dio en gran medida en el área urbana.
La dinámica del desplazamiento: el recorrido de la huida En los momentos previos a los grandes movimientos de población, las condiciones de vida en las áreas rurales fueron sufriendo un empeoramiento paulatino como consecuencia del clima de miedo y el impacto de la militarización. Aunque la mayor parte de las veces la violencia fue la causa directa de la salida, otros factores como la movilidad restringida, el aislamiento de las comunidades y la desestructuración de la vida cotidiana, han constituido una parte importante de la experiencia que se recoge en los testimonios.
El haber sufrido directamente los hechos de violencia, y el clima de terror imperante, llevó al desplazamiento masivo de población en algunas áreas del país. El conocimiento de lo que estaba sucediendo en comunidades cercanas, la presencia militar, los secuestros y asesinatos, o en algunas ocasiones las actuaciones de la guerrilla, suponen un contexto habitual en las descripciones del origen del desplazamiento en los testimonios. En las comunidades que sufrieron masacres, la decisión de la huida fue en muchos casos abrupta y en un contexto de peligrosidad extrema. Muchas familias apenas pudieron llevarse algunos enseres en su huida, y la mayor parte lo perdieron todo. En otros casos, la conciencia de peligro inminente ayudó a muchas personas a salvar la vida. Otras poblaciones se quedaron al no sentirse hostigadas o pensar que el Ejército no les haría nada. La resistencia a dejar su casa o a creer en las informaciones que llegaban de otros lugares, hizo que algunas familias o comunidades no se desplazaran, perdiendo muchos de ellos la vida. La huida durante unos días o los desplazamientos temporales fueron también intentos de enfrentar el peligro sin dejar su tierra. Esa experiencia es común a muchos procesos de desplazamiento posteriores a la ciudad, a la montaña o al exilio.
El tener que huir fue sentido por muchas personas como una injusticia. Las familias se encontraron ante el dilema de huir para defender la vida, y a la vez pensar que si lo hacían el Ejército les señalaría efectivamente como parte de la guerrilla. Eso confrontó a las familias y comunidades con una paradoja en la que cualquier decisión que tomaran suponía una amenaza para su vida. Sólo en una pequeña parte de los casos recogidos la decisión estuvo precedida de una evaluación más pausada de las condiciones de amenaza, la búsqueda de lugar seguro y planificación de la huida. Las amenazas y asesinatos selectivos de líderes sindicales o populares durante buena parte de las décadas de los 60 y 70, y posteriormente desde mitad de los 80 y 90, produjeron el desplazamiento de personas pertenecientes a sectores profesionales, estudiantiles, sindicales, fundamentalmente hacia el exilio. Hasta hace pocos años, las embajadas de algunos países jugaron un papel importante en ofrecer protección durante la salida del país.
En el área rural las informaciones sobre lo que estaba ocurriendo hicieron que mucha gente huyera. La necesidad de información sobre lo que estaba sucediendo era un requerimiento básico para poder tomar decisiones y salvar la vida en una situación en la que la difusión de rumores fue frecuente por las condiciones de tensión, aislamiento e incertidumbre sobre el futuro. En otros casos, fue la guerrilla la que orientó a la gente para que se desplazara a otros lugares o se fueran con ellos a la montaña. Sin embargo, en casos más selectivos incluso algunos soldados o miembros de las PAC avisaron a la gente de lo que se estaba preparando o les animaron a ponerse a salvo.
3. Las condiciones de la huida. Durante la huida, el peligro del trayecto y la separación familiar constituyeron los problemas más importantes. La mayor parte de las poblaciones desplazadas sumaron a las graves pérdidas sufridas, una huida en condiciones de extrema dificultad y peligrosidad.
La precariedad de las condiciones de la huida es descrita en muchos testimonios como un recuerdo muy relevante, incluyendo la ausencia de alimento, la falta de abrigo, la huida de noche, y evitando cualquier contacto con otras poblaciones que pudiera ponerles en peligro.
Las familias afectadas se desplazaron hacia otros lugares en los que buscaban un mayor nivel de seguridad y donde podían contar con algún tipo de apoyo social. Las relaciones familiares fueron una fuente de solidaridad importante para acoger a la gente, en un proceso que muchas veces fue en etapas incluyendo diversos asentamientos provisionales.
El motivo de este desplazamiento en etapas fue la persecución a que fue sometida una parte importante de la población civil por parte del Ejército y las PAC durante los primeros años 80. Eso supuso en muchos momentos un nuevo desplazamiento de las familias afectadas y de las comunidades de acogida.
5. Los primeros asentamientos. Posteriormente, las experiencias se diversifican más, en función de las condiciones que los desplazados fueron encontrando. La recepción y la acogida fueron muy distintas, según el lugar y el tipo de desplazamiento individual o colectivo.
En otros casos, la solidaridad de otras comunidades o el apoyo de familiares ayudó a las personas afectadas a enfrentar mejor la situación. Sin embargo, decenas de miles de personas se vieron obligadas a huir por las montañas en condiciones extremas. En esa situación, el mutuo reconocimiento y apoyo entre los propios desplazados, sirvió para desarrollar formas de supervivencia y de huida colectiva en situaciones mucho más difíciles. 6. Reconstruir la cotidianeidad. Además de las experiencias vividas, los desplazados tuvieron que tratar de reconstruir su cotidianeidad en un nuevo lugar, a menudo bajo condiciones de presión política y miedo. Además tuvieron que obtener recursos económicos, trabajo y tierra en el caso de las poblaciones campesinas. Esa reconstrucción, aunque en medio de condiciones muy precarias la mayor parte de las veces, ayudó a mejorar su situación. Otras poblaciones terminaron asentándose de manera definitiva, después de los intentos de reconstruir su vida en distintos lugares. Con el tiempo –su mayor identificación o no con la comunidad de acogida, el tipo de convivencia etc.–, el desplazamiento también produjo cambios, no sólo en el modo de vida sino en la identidad. Muchas personas pueden tener sentimientos de pérdida de su identidad de origen por no seguir viviendo en su comunidad (¡ya no soy Nebaj!). Otros en cambio han adquirido una nueva identidad a partir de su positiva experiencia con la comunidad de acogida o con el proceso en que se vieron envueltos. La identidad de refugiado o retornado, o CPR, es ejemplo de cómo un determinado proceso político puede marcar la vida de la gente. En el caso de los desplazados internos dispersos en la ciudad, en los que se dieron mecanismos de preservación como el ocultamiento de la identidad, y una falta de una identidad colectiva en las comunidades de acogida, puede suponer un cuestionamiento mayor. A pesar de que en algunas ocasiones esas nuevas identidades se han usado políticamente como un estigma, para generar división y conflicto entre comunidades, constituyen en general un referente común que para la gente puede tener mucho sentido. Otras personas desarrollaron una identidad múltiple que pudo integrar algunos aspectos de la del lugar de origen y del de acogida. Uno de cada cinco testimonios que describe desplazamiento se refiere al exilio. Según los datos existentes, entre 125,000 y medio millón de personas tuvieron que refugiarse en otros países, especialmente en México, para defender su vida de la persecución del Ejército y grupos paramilitares. Lo que en principio parecía una huida momentánea, se convirtió en una experiencia de larga duración, con una reorganización total de la vida especialmente en los campamentos de refugiados, una reestructuración social de experiencias comunitarias y la aparición de nuevos problemas familiares y culturales. El refugio supuso para mucha gente una experiencia de vivir con el pasado siempre presente.
Para mucha gente, la huida a México fue el último recurso después de intentarlo todo. En el caso del área de las cooperativas de Ixcán, el no querer dejar su tierra parece haber sido el motivo fundamental de la resistencia a salir de la mayor parte de la gente.
Muchas familias se dividieron ya fuera por desacuerdos sobre la decisión a tomar o por estrategia de supervivencia al intentar tener distintas bases que pudieran más adelante ayudarles.
En los campamentos se concentró una parte considerable de la población refugiada y se desarrollaron la mayor parte de las acciones de ayuda humanitaria. Eso proporcionó un espacio colectivo propio para reconstruir la cotidianeidad y organizarse, pero también mayor control por el régimen cerrado de vida y las decisiones gubernamentales. En 1984, el traslado forzado de Chiapas a Quintana Roo y Campeche de una parte importante de la población refugiada se enfrentó con la resistencia de la gente y motivó incluso que algunas familias regresaran a Guatemala o se dispersaran por México.
Pero más allá de las reacciones gubernamentales a su presencia, en los testimonios se recogen muchas referencias a la solidaridad mostrada por las poblaciones de acogida. En los primeros momentos el apoyo por parte de las comunidades mexicanas incluyó ayuda material, alimentación, o incluso acogida en sus casas, ayuda para ocultarse y no ser detectados por las autoridades o defenderse de las incursiones militares. En la memoria colectiva del refugio están muy presentes la ayuda de esas comunidades y la de algunas instituciones como la Iglesia de Chiapas.
Sin embargo, el tener acceso a la protección internacional y la ayuda humanitaria, y haber pasado la experiencia más extrema, no implica necesariamente la superación de los problemas. Los principales factores que contribuyeron al malestar de los refugiados se referían a las experiencias de represión vividas, la separación de la familia y los acontecimientos negativos en el refugio como el régimen de vida, los traslados y las dificultades de trabajo. Además, el mantenimiento de las expectativas de retorno y la ausencia de cambios en las condiciones políticas del país que lo hicieran posible, supusieron también una situación de incertidumbre permanente sobre el futuro. Esto hizo que algunas personas fueran tomando, aunque de forma minoritaria, la decisión de volver, especialmente a partir de las expectativas creadas por los gobiernos civiles. Con el paso del tiempo, surgieron conflictos generacionales en las propias familias. Las experiencias de los jóvenes de trabajar fuera y sus expectativas ambivalentes respecto a la integración en México, o la vuelta a un país desconocido y percibido como peligroso como Guatemala. Estos conflictos, si bien formaron parte de las relaciones cotidianas de las familias y comunidades, se reavivaron en el caso de la decisión de volver. Por ello, la experiencia del retorno ha supuesto, para algunas familias, nuevas separaciones y problemas de reintegración debido a las dificultades económicas, a las expectativas negativas de algunas comunidades cercanas y al choque cultural especialmente en los jóvenes. La montaña: de la huida a la resistencia
Muchas de las personas que dieron su testimonio a REMHI tuvieron que huir a la montaña. Aunque mayoritariamente se refieren a áreas como Norte del Quiché, Alta Verapaz y Huehuetenango, también en determinados momentos se dieron movimientos de refugio en la montaña en áreas de Izabal, Chimaltenango y Petén. La mayor parte de las ocasiones, la huida a la montaña constituyó un último refugio para defender la vida en un territorio inhóspito y de difícil acceso. En algunos casos, la huida en la montaña tuvo entonces un carácter reactivo a la amenaza y duró solamente unos días, hasta que la gente pudo regresar a sus casas o desplazarse a otros lugares en mejores condiciones de seguridad. Sin embargo, la mayor parte de las ocasiones tuvo una duración de meses o incluso años y se convirtió en una condición crónica de extrema precariedad, hambre y persecución permanente. En esas comunidades, ya fuera como una práctica preventiva para evitar ser localizados, o por el peligro directo de las incursiones militares, las condiciones de vida estuvieron marcadas por la provisionalidad, la alerta y la organización para la huida.
La adaptación de la vida a las condiciones extremas también hizo que la gente probara muchos tipos de plantas para ver si no eran venenosas, o comiera animales de la montaña no considerados apropiados para ello.
Muchas de las comunidades que vivieron en condiciones de resistencia en la montaña, no sólo no tenían experiencia previa de ello, algunas incluso se conocieron en medio del peligro de la huida. El reconocimiento mutuo y el apoyo entre todos para enfrentar el peligro y sus necesidades comunes, condujeron a la formación de grupos y nuevas comunidades que en algunos casos se han mantenido hasta hoy en día. La experiencia de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR) en la montaña. Desde finales del 82, una parte de los desplazados a la montaña empezó a organizar nuevas comunidades, constituyendo a partir de 1984 las CPR en Ixcán y área Ixil (y posteriormente en Petén). Las condiciones de difícil acceso y la presencia de la guerrilla en esas zonas, hicieron posible mantener experiencias comunitarias aún en condiciones límite de persecución, que sin embargo no lograron otras comunidades que se encontraban en condiciones parecidas, por ejemplo en las montañas de Alta Verapaz.
En el caso de la CPR –a pesar de que en algunos momentos hubiera orientaciones de la guerrilla para que la gente no se refugiara y se quedara en las montañas para tratar de tener su apoyo–, la defensa de la tierra parece haber sido el motivo fundamental para la resistencia de la población. A esto hay que añadir otros factores como las dificultades de huir a otros lugares sin ser capturados, las convicciones políticas, las relaciones con familiares incorporados a la guerrilla, y la defensa que en muchas ocasiones supuso para la población civil la existencia de la guerrilla para frenar los ataques del Ejército 1.18.
La proximidad física y la colaboración no implicaban que la población estuviera a las órdenes de la guerrilla, ni organizada con ella. Las relaciones más fuertes se dieron en la vigilancia y la defensa que fueron los aspectos más vitales para la sobrevivencia.
No hay datos concretos del número de familias que vivieron en las CPR, aunque parecen haber sido entre quince y veinte mil personas. Sin embargo, en distintos momentos este número fue fluctuando, en función tanto de factores externos como internos. Por ejemplo, en el caso del Ixcán, la proximidad de la frontera supuso un paso de gente entre el refugio y la CPR durante buena parte del tiempo. En otros momentos, la dificultad de seguir viviendo en condiciones de resistencia extremas después de varios años, hizo que algunas familias buscaran la forma de reintegrarse en comunidades que tuvieran condiciones para la acogida. La vida cotidiana en la CPR estuvo caracterizada por la presencia de medidas de seguridad en todas las actividades, la adecuación a las limitaciones en un contexto de precariedad e inestabilidad extrema, y la necesidad de apoyarse mutuamente para enfrentar el miedo y la muerte.
Dentro de las necesidades básicas, la alimentación fue durante todos esos años una lucha constante. En repetidas ocasiones el Ejército y las patrullas destruyeron las siembras o se llevaron las cosechas para cortar el abastecimiento a la población, a la que consideraban combatiente, y con ello a la guerrilla. La práctica del trabajo colectivo y la distribución interna de la producción, fueron mecanismos básicos de supervivencia, pero con el tiempo se convirtieron en ensayos de nuevas formas de distribución del trabajo y valores comunitarios. En los primeros años de existencia, la guerrilla proporcionó apoyo a las CPR mediante cursos para organizar los cuidados de salud, educación, autodefensa; pero más tarde fue la propia CPR la que organizó sus estructuras para este tipo de servicios. Con el paso del tiempo, las comunidades tuvieron mayor capacidad de organizarse y defender su espacio de autonomía, contando con el apoyo de la solidaridad internacional y el acompañamiento y apoyo de algunos miembros y estructuras de la Iglesia. Las organización del trabajo, la vigilancia, el abastecimiento, la salud, la educación, la religión, el correo, los desplazamientos, tuvieron características propias de un rico tejido social a pesar de las condiciones de precariedad, los bombardeos y las incursiones militares. Los procesos de reintegración de las personas y comunidades desplazadas han estado muy marcados por la situación política en Guatemala. Los primeros procesos de retorno de poblaciones desplazadas a sus comunidades, se dieron como parte del mismo proceso de represión política que sufrieron. Las duras condiciones de la vida, el hostigamiento permanente y las ofertas de amnistía, hicieron que ya en el 83 comenzaran los retornos de algunas poblaciones que habían estado escondidas en la montaña. Muchas personas pudieron reintegrarse así a sus comunidades, aunque también otras que se entregaron fueron consideradas como guerrilleras y sufrieron capturas, torturas o incluso la muerte.
Eso hizo que muchas comunidades desconfiaran del gobierno y del Ejército, y buscaran la forma de cambiar su situación de sufrimiento en la montaña. Algunas eligieron representantes que realizaran las gestiones frente al Ejército, otras decidieron protegerse buscando el apoyo de la Iglesia Católica.
Las noticias sobre una cierta normalización de la situación y las expectativas levantadas por los gobiernos civiles a partir de 1986, hicieron que se empezaran a dar algunos procesos de repatriación de grupos de refugiados desde México. Al llegar muchos de ellos sufrieron las condiciones de militarización que ya existían en las comunidades de acogida, y en otros casos sus propias experiencias en centros de concentración o aldeas modelo. La respuesta del Ejército a los procesos de retorno estuvo mediatizada por su visión de la población como base social de la guerrilla. Esta consideración fue similar a la que recibieron otros desplazados que se refugiaron en la montaña. Según un documento confidencial del Ejército en 1987, 1.19 la concientización ideológica marxista-leninista y el grado de odio inyectado en la conciencia de los niños, adolescentes y adultos jóvenes en contra de las fuerzas de seguridad del país, caracterizaba a gran parte de los refugiados en los campamentos de México, por lo que los procesos de repatriación siempre fueron controlados de cerca por las autoridades militares. Este estigma por parte del Ejército ha estado en la base del trato a los repatriados en general, y de muchas de las acciones de control y hostigamiento a comunidades de retornados en el periodo 92-97. Por parte de los campesinos, que fueron una gran mayoría de los desplazados y refugiados, las motivaciones del retorno han estado ligadas a la recuperación de la tierra. En la actualidad los conflictos comunitarios por la tenencia de la tierra, que forman parte de la experiencia histórica de las comunidades campesinas, están mediatizados además por las consecuencias del desplazamiento, la militarización y las políticas de repoblación llevadas a cabo por el Ejército con fines contrainsurgentes.
Para muchos desplazados internos, apenas hay posibilidades de retorno a sus comunidades, ya que los procesos de desmilitarización de las PAC no han implicado siempre una disminución de su poder, y en algunos casos se han agravado los problemas de la propiedad o disponibilidad de la tierra. Reconstruir los lazos y el apoyo familiar En los casos de desintegración familiar debida a las muertes o al desplazamiento hacia distintos lugares, las familias afectadas han tratado de tener información sobre el destino de sus familiares, ponerse en contacto o restablecer las relaciones bloqueadas. La mayor parte de las veces las familias no tuvieron información de sus seres queridos durante los periodos de detención, refugio o desplazamiento. Cuando las condiciones de seguridad básicas se fueron restableciendo, los primeros movimientos de la gente han estado orientados a reconstruir los lazos familiares. En algunos casos en que las personas que se acompañaron no tenían certeza de la muerte de su esposo o esposa, algunas encontraron después de los años a sus antiguas familias, configurando una nueva situación con que las personas afectadas y las familias tienen que aprender a vivir.
En muchas ocasiones, la reconstrucción de esos lazos ha supuesto no sólo el reencuentro familiar sino también una forma de enfrentar juntos la pobreza y las dificultades económicas producidas por la violencia.
¿Qué explicaciones ha dado la gente a la violencia que ha sufrido? Globalmente se puede constatar que predominan las explicaciones de causas concretas y conductas individuales, sobre las más generales. En orden de frecuencia, las explicaciones recogidas en los testimonios son: en primer lugar la acusación por su conducta ("lo mataron porque lo acusaron de colaborar con la guerrilla"),posteriormente, la envidia, la autoatribución a su conducta y no saber explicar lo ocurrido, y el poder y la acción del ejército y las PAC. después vienen las explicaciones más generales, como la acción del gobierno los conflictos entre grupos étnicos y luchas de carácter socioeconómico 1.20. Esas distintas explicaciones tendían a converger en cuatro grandes explicaciones: Falta de sentido o explicaciones individuales. Un grupo importante incluía la no explicación o explicación individualizada, es decir que mucha gente refirió no saber por qué y trataron de entenderlo pensando si la persona habría hecho algo que produjera esa violencia. Se trata de personas que se aferraban a una lógica de justicia y proporcionalidad que ya no funcionaba: "Si no he hecho nada, no pueden hacerme nada". Por eso la respuesta "No sé porque sería que sucedió esto" es perfectamente lógica, porque para muchos era imposible saber por qué de pronto tanta violencia sin razón alguna se dirigía en contra de la gente 1.21.
Conflicto sociopolítico y participación. Un grupo de explicaciones relacionaba las explicaciones de la represión provocada por el gobierno, los conflictos de tierra y la participación política. La experiencia previa de conflictos sociales locales por la tierra o la represión de la organización comunitaria caracteriza esas explicaciones.
Explicaciones interpersonales. Un tercer grupo de explicaciones atribuían la represión a la envidia y a las acusaciones a la víctima. La envidia es un concepto muy frecuente en las sociedades tradicionales. Además, las estrategias militares buscaron dividir y producir enfrentamientos internos, enfrentando a los vecinos con denuncias y señalamientos, o su utilización por parte de algunas personas para ganar ventajas sociales.
Explicaciones étnico-políticas. Finalmente, un cuarto factor menos importante es el étnico-político que asociaba las explicaciones por el poder militar (ejército, PAC) y conflicto entre grupos (por ejemplo ladino/indígena). Estas explicaciones son más frecuentes en las masacres que en hechos de violencia individuales. Esta percepción coincide con el hecho de que el ejército fue quien llevó a cabo la política de tierra arrasada y, por tanto, el máximo responsable de las masacres colectivas junto con las fuerzas paramilitares. Las explicaciones de las víctimas y familiares incluyen valoraciones sobre el modo de actuar del ejército ("matan por gusto") que nacen de la experiencia de muertes indiscriminadas con atrocidades.
El carácter que tuvo la presencia guerrillera en las comunidades rurales, condiciona también las explicaciones sobre las causas de la violencia que se encuentran en muchos testimonios. A pesar de los sesgos que puedan darse debido al carácter de memorias suprimidas 1.22 para defender su vida en estos años, la mayor parte de los testimonios recoge la llegada de la guerrilla como algo que venía del exterior a la comunidad, y que en algunos casos sintonizaba con las demandas ya existentes, en otros, apoyó procesos de educación y concientización, en otros fue visto como una distorsión y constricción de la dinámica comunitaria.
O sea que hay una explicación más tendente hacia lo local que hacia lo general, domina en ellas la experiencia directa que trata de explicar el hecho concreto. Las explicaciones más sociales aparecen en una proporción de uno a cuatro respecto a las basadas en la experiencia directa. Todo ello muestra que la gente usa parte de sus propios conceptos culturales para dar sentido a lo sucedido y a su experiencia directa de los hechos. Existen muchas variaciones locales –en función del modo en que se desarrolló la violencia en esa zona, los conflictos sociales preexistentes y las consecuencias que ello produjo en la vida de la gente–, tales como la posición de ventaja social para algunos, o las pérdidas económicas y de poder para otros. Este conjunto de factores, más que una explicación de tipo ideológico o religioso de carácter general, está presente en la mayor parte de los testimonios analizados. Todas estas percepciones deberían ser tenidas en cuenta para que los procesos de memoria colectiva tanto en la interpretación de los hechos como para apoyar a las personas y comunidades a tener una visión más clara de su experiencia.
La mitad de los testimonios recogidos por el Proyecto REMHI fue de mujeres. En la mayor parte de ellos se aborda la experiencia de violencia o las condiciones familiares y comunitarias, pero no tanto específicamente su experiencia como mujeres. Para este análisis se realizaron algunas entrevistas específicas a mujeres informantes clave y entrevistas colectivas en regiones muy afectadas por la violencia, orientadas a facilitar la comprensión de los efectos de la violencia en sus vidas, su participación social y su papel como mujeres.
El horror, la muerte, las torturas y las vejaciones afectaron gravemente tanto a los hombres como a las mujeres, a los niños y a las niñas, a los ancianos y las ancianas. Aunque la mayor parte de las víctimas recogidas en los testimonios fueron hombres, durante el conflicto armado también se desarrollaron formas de violencia específicas contra las mujeres y ellas, que han sido en mayor medida supervivientes, han tenido que enfrentar en condiciones muy precarias las consecuencias de la violencia. Nos hicieron más que a los animales En ese contexto de extrema violencia, el terror llegó incluso a la ridiculización de las víctimas. La deshumanización de los victimarios pasó por la desvalorización de la condición humana de sus víctimas.
La utilización de su condición de madres Uno de los instrumentos de presión más fuertes contra las mujeres fue la utilización de los hijos para controlar, dominar o violentar las conciencias de sus madres: la tortura o muerte de familiares y la manipulación de los afectos como herramientas de tortura psicológica contra las mujeres.
Especialmente escalofriantes resultan las denuncias de horrores contra las mujeres embarazadas y los niños que estaban en su vientre. Se trata de una conducta repetida que refleja claramente la brutalidad de los integrantes del Ejército contra la población civil, tratando de eliminar hasta el origen de la vida.
Cocinar y bailar para los victimarios Las mujeres vivieron horrores y violaciones que revestían formas cotidianas: en medio de una matanza y con la perspectiva de la muerte segura, esas prácticas (obligadas a traer comida, a cocinar, a bailar, a hacer fila) constituyeron una forma de tortura psicológica. La burla y la humillación se convirtieron en una celebración para los asesinos.
La violaciones sexuales, tanto individuales como colectivas, aparecen en el relato de los testigos como una forma específica de violencia contra las mujeres, ejercida en muy distintas situaciones: en casos de secuestros y capturas, en masacres, operativos militares, etc. Las violaciones no han sido un hecho aislado, sino que –en esta guerra y en otras muchas– han permeado todas las formas de violencia contra las mujeres. En el interminable listado de vejaciones, humillaciones y torturas que las mujeres padecieron, la violación sexual ocupa un lugar destacado, por ser uno de los hechos crueles más frecuentes, y que reúne unos significados más complejos en cuanto a lo que representa como demostración de poder para el victimario, y de abuso y humillación para quien la sufre. En muchas ocasiones las mujeres pueden sufrir otras consecuencias como embarazos secundarios a la violación y transmisión de enfermedades.
En los testimonios de REMHI, las violaciones sexuales son atribuidas a los elementos del Ejército, a los patrulleros o a las fuerzas paramilitares.
Las violaciones sexuales masivas Las violaciones sexuales realizadas por soldados fueron masivas en el caso de masacres o capturas de mujeres. La violación formó parte de la maquinaria de la guerra, siendo frecuentes las agresiones sexuales a las mujeres delante de sus familias. 1.23
La expresión pública y abierta del acto sexual violento ejercido contra las mujeres y realizado por varios hombres, alentaba el espíritu de complicidad machista, estimulando la exaltación del poder y la autoridad como valores adscritos a su "masculinidad".
Los significados de la violación La violación sexual es, en primer lugar, una demostración de poder y dominación de los victimarios hacia sus víctimas mujeres, como parte del terror. La pertenencia a estructuras militares otorgó, a quienes eran miembros del Ejército o las PAC, las condiciones de violencia e impunidad para evidenciar su poder sobre las mujeres.
Esta utilización del cuerpo femenino es la característica principal de la violencia ejercida contra las mujeres, expresión que al mismo tiempo pretende dejar claro quién debe dominar y quién subordinarse. Las diferentes circunstancias y momentos en que se manifiesta esta violencia, reflejan una concepción y una práctica social que trasciende el conflicto armado mismo.
Expresión de victoria sobre los oponentes A pesar de que las mujeres fueron consideradas objetivos militares directos por la posibilidad de que participaran en estructuras o actividades de apoyo a la guerrilla (correo, información, alimentación, etc.), también fueron utilizadas para evidenciar una victoria sobre los oponentes: en muchas ocasiones las mujeres fueron consideradas valiosas en función de lo que representaban para los otros. La violación ha sido considerada en muchos lugares como una forma para controlar y humillar a las comunidades y familias: los soldados violaban a las mujeres "enemigas" igual que incendiaban sus casas, como expresión de desprecio y victoria. 1.24
La violación se constituyó también en moneda de cambio: algunas víctimas fueron violadas y, a cambio, lograron sobrevivir ellas mismas o sus hijos, o simplemente evitar que el violador les acusara de "guerrilleras". En otros casos, pese a ello perdieron la vida. En muchos casos se dio así una unión de la violencia sexual con la violencia contrainsurgente, en donde las acusaciones de "guerrilleras" fueron la justificación de las violaciones contra las mujeres.
El hecho de violar mujeres se consideraba, además, como una especie de "premio" o compensación para los soldados, como una forma de "recompensar" su involucramiento en la guerra. En un contexto en el que la violencia se concibió también como un medio para adquirir poder y propiedades, el cuerpo de las mujeres fue considerado una propiedad más.
Otras torturas que acompañan a la violación La violación sexual es una forma de tortura frecuente contra las mujeres, pero no fue la única forma de ultrajarlas y violentarlas. La tortura sexual extrema, como la mutilación, fue una forma de matar a las mujeres como expresión de máximo desprecio, crueldad y terror.
Estas prácticas atroces tuvieron como objetivo la degradación de las mujeres desde su identidad sexual, un desprecio extremo de su dignidad como personas, y una dimensión de terror ejemplificante para el resto de la población utilizando la intimidad de las mujeres.
3. UNA PRÁCTICA CONTRAINSURGENTE Del análisis de las informaciones recogidas por el Proyecto REMHI, no puede deducirse que hubiera una planificación previa de estrategia de violencia específica contra las mujeres. Sin embargo, los testimonios muestran que la práctica contrainsurgente que el Ejército llevó a cabo contra ellas, fue similar en distintos contextos y momentos y se constituyó en parte de una estrategia de destrucción masiva. Esta violencia contrainsurgente adquirió caracteres genocidas al atentar contra las bases del tejido social de las comunidades, puesto que supuso un intento de exterminio de las mujeres y los niños como factores de continuidad de la vida y transmisión de la cultura.
Es evidente que, aunque no hubiera un objetivo claro en la contrainsurgencia que fuera específico contra las mujeres, sí existía la intención de destruir el tejido social de las comunidades, un tejido enlazado y sostenido fundamentalmente por ellas. Sin embargo, fueron también las mujeres las que reestablecieron los lazos sociales destruidos, asumieron el mantenimiento de las estructuras familiares aún en las condiciones más adversas y tuvieron capacidad para mantener esos mínimos indispensables para reproducir la vida en los núcleos sobrevivientes.
4. LAS CONSECUENCIAS DEL DESPRECIO
En los testimonios se describen los hechos de violencia contra las mujeres, pero se encuentran pocas referencias a la vivencia de las propias mujeres que sufrieron esas vejaciones. Esa ausencia puede ser en buena parte consecuencia del estigma y la dificultad de hablar de la experiencia de violación o sus consecuencias. Además de la humillación personal y el aislamiento familiar que puede sufrir la mujer, los esposos, hermanos y padres pueden a la vez sentirse impotentes y responsables por la violación de su familiar. Mientras los hombres y las mujeres que sean heridos o asesinados se les considera "héroes" o "mártires", no hay un status similar asignado a las mujeres violadas: como ocurre en los casos de las personas desaparecidas en donde el sufrimiento de la persona y la familia no puede ser validado. También el valor cultural o religioso de la "pureza" e intimidad sexual pueden hacer que las mujeres afectadas o sus familias se sientan más golpeadas por esa experiencia. Otras consecuencias frecuentes de la violación son el temor al embarazo y los dilemas éticos que siguen a un embarazo no deseado producido por la violación. Muchas mujeres pueden vivir posteriormente cambios en la relación con su cuerpo, tener sensación de "suciedad" o disgusto, o incluso un sentido de "estar habitada por un espíritu maligno". La preocupación por la higiene íntima, la angustia en la sexualidad y el temor a los hombres son frecuentes problemas que las mujeres que han sufrido violaciones tienen que enfrentar.
5. LA RESISTENCIA DE LAS MUJERES Articulando la vida: los roles de las mujeres y el tejido social Sobreponerse al dolor y a la muerte ha sido una actitud vital de los sobrevivientes: es el caso de la mayor parte de las mujeres. Mujeres de todas las edades y etnias, desde diversas condiciones sociales y diferentes puntos geográficos, con vivencias más o menos similares de pérdidas de seres cercanos por causa de la violencia, han compartido algunas experiencias similares. Tuvieron que dedicarse a buscar a los desaparecidos y preservar la vida de los que quedaron y garantizar la sobrevivencia personal y familiar. Y todo ello, añadido al gran desgaste emocional que supone el impacto de la violencia y sus efectos en las mujeres, como la soledad, la sobrecarga y la valoración negativa de sí misma. La violencia y los cambios de roles La guerra ha impactado en la vida de las mujeres de un modo terrible. Durante los largos años del conflicto armado, las mujeres han sido la columna vertebral de la estructura familiar y social. Sin embargo, el conflicto armado ha cuestionado ese papel tradicional de las mujeres, quienes se vieron confrontadas con su propio rol dentro de la familia y de las comunidades: afrontar las consecuencias de la violencia supuso muchas veces asumir la función de único sostén económico de su familia; las situaciones de emergencia social hicieron que muchas mujeres tuvieran un mayor protagonismo público en sus comunidades o en la sociedad; como consecuencia de la violencia en contra de ellas o sus familias, muchas mujeres cambiaron su percepción sobre sí mismas o el mundo.
Aun en medio de condiciones de peligrosidad extrema y huida, la vida cotidiana de las mujeres estuvo marcada por la preocupación por sus hijos: llevarlos cargados durante el desplazamiento, hacerse cargo de la alimentación, utensilios etc.
A pesar de las penurias y las presiones, la responsabilidad maternal fue más fuerte que la necesidad y muchas mujeres lucharon por sus hijos, conservándolos a su lado.
En el caso de las masacres, muchas mujeres ayudaron a salvar la vida de los niños y niñas de sus comunidades, aunque no fueran sus hijos.
Ser mujer sola: "Como un pájaro entre una rama seca"
Así, las mujeres tuvieron que vivir en soledad el afrontamiento y la sobrevivencia económica y emocional de sus familias. Ese sentimiento de soledad está presente todavía en muchas mujeres que no han podido reconstruir su vida.
Sin embargo, en otros casos estas duras circunstancias han hecho que las mujeres se reconozcan con mérito y autoridad como cabezas de familia. Esa revalorización de su condición muestra la fuerza de las mujeres para enfrentar las consecuencias de la violencia. A pesar de las dificultades, eso ha permitido a muchas mujeres tener una mayor autoestima.
En busca de quien se ama: encontrar a los desaparecidos La búsqueda de los familiares que han sido desaparecidos ha constituido una de las luchas más angustiosas que se han dado como consecuencia de la represión política, y ha sido impulsada, sobre todo, por las mujeres. La eterna duda sobre lo que pasó, el lugar donde estarán, si están vivos o muertos o si es posible encontrarlos, son algunas de las infinitas interrogantes de quienes día a día han recorrido todos los caminos, buscado en todas partes y esperado encontrar a sus seres queridos. Esta lucha incansable de las mujeres no midió costos, ni los sacrificios que fueran necesarios, con tal de saber el paradero de los ausentes. Cuando las mujeres vieron que no tenían ya nada que perder, se involucraron con mayor intensidad en estos procesos 1.26. La fuerza para la búsqueda y la denuncia estaba en el valor que para ellas tenían esas víctimas. Confrontadas a este tipo de situaciones extremas, las mujeres han demostrado una gran capacidad de sobreponerse al desaliento, recuperarse e implicarse en proyectos nuevos.
La búsqueda se convirtió en la única alternativa para enfrentar al Ejército y desafiar el terror que provocaron las desapariciones y se constituyó en la actitud más firme de defensa de los derechos humanos durante algunos de los peores años del conflicto armado. Las madres, esposas, hijas y hermanas de los desaparecidos, fueron quienes se atrevieron a enfrentar la situación de violencia que se vivía. Nunca antes habían sido consideradas importantes en la vida política del país y, sin embargo, dieron infinitas muestras de valentía, firmeza y esperanza.
Buscar a los desaparecidos se convirtió, entonces, en el objetivo central de un movimiento social que reclamó, investigó, manifestó y se organizó en contra de esta práctica inhumana. Las mujeres encabezaron este movimiento y construyeron espacios nuevos de lucha contra la impunidad. Especialmente a partir de los años 70, los grupos de familiares comenzaron a realizar numerosas protestas y acciones concretas para saber el paradero de sus seres queridos. Posteriormente, cuando fue aumentando la represión política en el área rural, las mujeres hicieron gestiones y acciones colectivas de búsqueda de sus familiares. Sin embargo, fue a partir de mediados de los años 80 cuando esas gestiones y denuncias se fueron articulando en movimientos más organizados que realizaron manifestaciones y acciones de protesta organizada en la capital.
La construcción de nuevos espacios: el compromiso de las mujeres El aporte de las mujeres en la construcción de nuevos espacios sociales por el respeto a los derechos humanos, significó la muestra más importante de la participación activa de las mujeres en los procesos de cambio social durante y después del último período de violencia política en Guatemala. Como resultado de la violencia, muchas mujeres asumieron la dirección de sus familias. Muchas otras, desde la firmeza de sus convicciones, afrontaron con valentía la violencia y dieron a luz nuevos espacios de participación social.
Posteriormente, la evolución de la situación política, las crisis de liderazgos o las distintas visiones sobre la lucha por los derechos humanos han conllevado la aparición de nuevos grupos como FAMDEGUA. Las acciones también fueron cambiando, pasando de la denuncia y apoyo mutuo a la investigación de masacres y acompañamiento a exhumaciones y demandas de justicia y resarcimiento. Ha habido también mujeres que se constituyeron en líderes de la lucha por los derechos humanos y cuya voz ha jugado un papel muy importante, tanto en el conocimiento internacional de la situación de Guatemala como en la lucha contra la impunidad, tales como Rigoberta Menchú Tum, Hellen Mack, Rosalina Tuyuc y Nineth Montenegro, entre otras. Otros grupos como CONAVIGUA, pusieron de manifiesto la preeminencia de la problemática de las viudas, como un gran sector social afectado por la violencia y han planteado reivindicaciones que trascendieron la búsqueda de sus familiares, como la lucha contra la militarización en el área rural y especialmente contra el reclutamiento forzoso. Entre las mujeres refugiadas también se dieron procesos de organización y reflexión sobre su situación como mujeres. Por fin, otras muchas mujeres participaron en organizaciones sociales o políticas más amplias. La confluencia de los esfuerzos de las mujeres a través de distintos movimientos sociales con los grupos de mujeres afectadas por la violencia, ha propiciado una revitalización de muchos grupos y ha contribuido a un mayor reconocimiento social de sus demandas. Muchas de esas variadas experiencias no han estado exentas de problemas y contradicciones políticas o incluso de limitaciones en la participación por luchas de poder. Sin embargo, para algunas mujeres, ese proceso de participación logró una propuesta: las mujeres que por mucho tiempo fueron invisibles para la sociedad deben ser ahora reconocidas como sujetas de cambio, así como respetado y valorado su aporte como ejemplo de dignidad y defensa de la vida.
CAPITULO SEXTO
Las personas que dieron su testimonio al Proyecto Remhi no sólo hablaron de sus experiencias de violencia, también plantearon sus demandas y valoraciones sobre el qué hacer para que la destrucción y el desprecio por la vida no se repitan. Estas demandas sociales y aspiraciones deberían de tomarse en cuenta para cualquier trabajo de reconstrucción social en Guatemala. Las voces de las víctimas y sobrevivientes hablan del respeto a los derechos humanos, del valor de la verdad, de la justicia y la lucha contra la impunidad, de la paz y los cambios sociales necesarios, de la importancia de las formas de reparación social. 1. VERDAD, JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS La defensa de los derechos humanos El valor del respeto por la vida se vislumbra en los testimonios que describen las crueldades que caracterizaron las acciones ejercidas contra la población; en ellos subyace no sólo el daño a la identidad sino, sobre todo, un esfuerzo de afirmación de la dignidad humana. Más allá de lo formal, el reconocimiento de los propios derechos tiene, para las poblaciones afectadas, un sentido de afirmación individual y colectiva, y una conciencia de la responsabilidad de las autoridades por su respeto.
Desde la perspectiva de muchas de las personas afectadas, el conocimiento de los propios derechos de carácter individual y colectivo, es un instrumento importante para evitar que la violencia contra la gente se repita.
El respeto a los derechos humanos es una condición básica para la reintegración social. En un clima de polarización y división como consecuencia de la guerra y represión política, el respeto a los derechos humanos tiene un carácter de reconstrucción de la convivencia social en las comunidades. Las consecuencias de la división y polarización extrema y la ideologización a que ha sido sometida una parte importante de la población, hacen del conocimiento y respeto mutuos un valor a rescatar por encima de autoridades o grupos dominantes. Dado el papel que cumplieron las acusaciones de "guerrilleros" en los ataques a la población civil, la educación y medidas efectivas para el cumplimiento de los derechos humanos deberían tener como objetivo central la superación de los prejuicios y promover actitudes sociales de apertura y solidaridad. Organizarse para defender la vida La defensa de los derechos humanos requiere mecanismos efectivos por parte del gobierno y autoridades. Muchos sobrevivientes ven en la organización colectiva un mecanismo útil para exigir su cumplimiento. Además, para defenderse de las amenazas a la vida, la organización de la gente es vista como una necesidad para hacer frente a la pobreza y las condiciones materiales precarias.
Sin embargo, aún muchas personas tienen que superar dos obstáculos claves para replantearse la participación en grupos organizados. Uno: en varios lugares la palabra organización suscita el recuerdo de sus propias experiencias pasadas de violencia. Dos: la criminalización de que fue objeto cualquier organización social que no estuviera bajo control militar, hace del miedo un desafío aún actual.
Esas demandas y esfuerzos de reconstrucción organizativa deberían acompañarse de mecanismos locales y regionales que garanticen la libre asociación y fomenten la reconstrucción del tejido social organizativo en concordancia con formas tradicionales de organización popular o indígena, y cuyo poder de interlocución de la comunidad sea reconocido por las diferentes instancias del Estado. La reivindicación del respeto a los derechos humanos es parte de los esfuerzos de la gente por afirmar su dignidad. En un contexto de grave discriminación social hacia las poblaciones indígenas, la reivindicación del respeto a la persona está en muchas ocasiones teñida del respeto a una identidad colectiva. Las referencias al diálogo intercultural son frecuentes entre los testimonios. Mucha gente indígena ha visto en los ataques a la población civil, y especialmente en la política de tierra arrasada en contra de las comunidades campesinas, una muestra de la continuidad del desprecio histórico que han sufrido por parte de los sectores dominantes. Sin embargo, la lucha contra la discriminación de los más pobres forma parte de una demanda de respeto más global y que no tiene sólo un carácter étnico.
El conocimiento de la verdad es una parte consustancial del proyecto REMHI y de las motivaciones de la gente para dar su testimonio. En un contexto social en el que la denuncia fue criminalizada y las víctimas tuvieron que guardar silencio para no poner en peligro su vida, la necesidad de conocer la verdad y hacerla pública se ha mantenido latente en la memoria de la gente. Para las personas que dieron su testimonio, el reconocimiento de la verdad es el primer paso para la dignificación de las víctimas y sobrevivientes. Muchas personas tienen todavía un grado de confusión importante sobre los hechos concretos que vivieron sus familiares, otros no saben dónde están o se preguntan aún en la actualidad por qué murió. Es probable que algunas de esas preguntas sigan sin tener respuesta debido a la enorme dificultad de asimilar esos hechos traumáticos, pero el conocimiento de la verdad puede ayudar a los familiares a salir de la confusión. Para ello, la verdad no puede quedarse en el ámbito privado, sino que tiene que difundirse en la sociedad y darse un reconocimiento público de los hechos por parte de las autoridades. La recolección de los testimonios tiene un valor importante en la elaboración de una memoria colectiva que ayude a la gente a buscar un sentido a lo sucedido y a afirmar su dignidad: el recuerdo como forma de reconocer que eso ocurrió, que fue injusto y que no se debe repetir. 1.27
El esclarecimiento de los hechos y el reconocimiento de las atrocidades contra la población civil por parte del Ejército y las demás fuerzas son, por tanto, un primer paso para las víctimas y para la memoria de toda la sociedad. La verdad tiene un valor social muy importante también para aquellos que no fueron directamente afectados por las pérdidas. En una sociedad sometida a la censura, la manipulación informativa y el aislamiento social durante años, el conocimiento de los hechos de violencia y atrocidades puede contribuir a aumentar el nivel de conciencia sobre lo sucedido (conocer su propia historia y evitar las versiones falseadas de la realidad), promover la sanción social a los perpetradores y asumir la necesidad de reparación a las víctimas.
Sin embargo, también el papel reparador de la verdad puede ser puesto en entredicho, si no va acompañado de justicia. Si al conocimiento de los hechos le sigue el silencio y la impunidad, la verdad puede convertirse en un insulto para las víctimas. En los testimonios analizados, las demandas de conocimiento de la verdad están asociadas a las demandas de justicia. El deseo de justicia está muy presente en los testimonios. Para las víctimas y sobrevivientes, el impacto de la violencia en sus vidas y la de sus familias y comunidades ha dejado un profundo sentimiento de injusticia, no sólo por el dolor de la pérdida, sino por el mantenimiento de las condiciones de impunidad hasta la actualidad. Cambiar las relaciones de poder En primer lugar, la demanda de justicia tiene que ver con una readecuación de las relaciones de poder en el ámbito local y en la prevención de nuevas formas de violencia. Sin sanción social la posibilidad de que se reproduzcan hechos de violencia es mucho mayor, dado que se rompen las normas sociales básicas de convivencia. Además, la posición de ventaja social que han sacado muchos victimarios aumenta el sentimiento de profunda injusticia de las víctimas y sobrevivientes que han tenido que vivir todos estos años con la humillación del silencio y su falta de poder. Esa posición de poder se mantiene en muchos lugares –incluso una vez finalizado el conflicto armado, como en el caso de muchos ex-comisionados militares–, supone un riesgo de nueva violencia y genera miedo a que se repita la represión. En la perspectiva de las víctimas, la justicia opera ahí como una forma de reajustar las relaciones sociales y la gestión del poder en la sociedad.
Sin embargo, a pesar de que frecuentemente tiende a pensarse que los deseos de justicia de las víctimas responden a un afán revanchista, en los testimonios no se encuentran demandas de venganza o pena de muerte.
Recuperar el sentido de la autoridad Las demandas de justicia incluyen la lucha contra la impunidad y contra la corrupción que en muchas ocasiones han caminado juntas. El primer paso para acabar con ellas debería ser la destitución de los cargos militares o civiles que han tenido responsabilidades importantes en la violencia contra la población civil, incluyendo a quienes han participado en las estructuras de inteligencia militar. Sin cambios en los responsables de esas estructuras militares que tienen graves responsabilidades en las atrocidades cometidas, se mantendrá la impunidad, dado su poder de coacción hacia la sociedad y otras estructuras del Estado, y la red de complicidades que han tejido en los años del conflicto armado. Además, dichas destituciones son pasos que pueden ayudar a superar los sentimientos de humillación e injusticia por la muerte de sus seres queridos.
Los cambios en las relaciones de poder y la misma violencia ejercida contra la población ha cuestionado el sentido de la autoridad como un poder al servicio de la comunidad, tal como es entendido especialmente en la cultura maya. Pero además la represión política supuso una alteración del valor de las leyes y normas sociales de convivencia. La justicia que habitualmente es ejercida por las autoridades, tiene que volverse ahora contra los que la han ejercido de modo injusto, para poder salvaguardar el sentido mismo de la autoridad centrada en la comunidad.
Restaurar el sentido de la ley quiere decir entonces reajustar las reglas de convivencia social y restablecer las relaciones comunitarias rotas por la violencia. Si bien esa perspectiva está muy generalizada entre los sobrevivientes (la sanción social como reparación por lo sucedido), la justicia supone también un elemento de prevención sin el cual el presente y el futuro están amenazados.
Los deseos de justicia no son tampoco ingenuos. Algunas personas están muy conscientes de la dificultad de tener justicia en las condiciones actuales. La falta de voluntad política y el poder del Ejército hacen ver a mucha gente la necesidad de que esos deseos de justicia se expresen de una manera organizada para que puedan ser una realidad.
Entre las dificultades percibidas se encuentra la ineficacia y corrupción del sistema judicial. Las demandas de funcionamiento de las leyes frente a la arbitrariedad del poder de coacción suponen la reforma del sistema de justicia y la remoción de los jueces y fiscales corruptos, o que hayan tenido participación en la impunidad. Frente a los modelos de seguridad basados en el incremento del control social y las nuevas formas de militarización de la vida cotidiana, algunas personas ponen de relieve cómo es necesaria la renovación de los aparatos de seguridad y un cambio en sus modelos para evitar nuevas formas de violencia provenientes de la concentración del poder.
La justicia tiene también importancia para que los propios autores de las atrocidades puedan cambiar su condición. En ausencia del reconocimiento de los hechos y sin ponerse a disposición de la sanción social nunca van a tener la posibilidad de enfrentarse con su pasado, reconstruir su identidad y replantear sus relaciones con las víctimas y la sociedad.
Algunas personas destacan el valor de la justicia para las nuevas generaciones. Sin un sentido ético claro de condena de las atrocidades cometidas, la violencia corre el riesgo de convertirse en un patrón de conducta habitual con impacto en los jóvenes y el futuro de la sociedad.
Dentro de las menciones genéricas a Dios (9%) se incluyen a menudo referencias a la justicia, por lo que no son una disyuntiva la mayor parte de las veces. Sin embargo, algunos testimonios hacen referencia a la "justicia de Dios", a partir de un sentimiento de resignación o aceptación de los hechos. Es difícil saber si esa apelación a la "justicia divina" supone una forma de diferir el deseo de justicia, si constituye una forma de impotencia aprendida, o si implica una superación de sus deseos de justicia en la actualidad.
Las referencias al perdón son escasas en los testimonios. La mayor parte de las personas reivindica primero el conocimiento público de los hechos y el castigo a los responsables. El perdón como actitud voluntaria de reconciliación con los ofensores sólo se acepta como consecuencia del reconocimiento de la ofensa, la justicia y reparación social.
Un segundo gran grupo de las reivindicaciones incluidas en los testimonios tiene que ver con las demandas de cambio social. Muchos sobrevivientes son conscientes de que si no se enfrentan algunas de las causas del conflicto y se demuestra una voluntad verdadera de llevar a cabo los compromisos, es muy probable que la violencia vuelva a reproducirse. Entre las demandas de carácter social destacan tres: la desmilitarización, la tenencia de la tierra y la libertad para reconstruir su cotidianidad. Desmilitarizar la vida cotidiana La primera demanda respecto al Ejército tiene que ver con la disminución de su presencia en las comunidades y un cambio global en su modo de relacionarse con la población.
En los testimonios se recogen frecuentes referencias al poder de las armas y su efecto destructivo en la comunidad, ya fuera en un momento como parte del sistema de comisionados militares, después con la presencia de la guerrilla o posteriormente por la acción durante quince años del control militarizado de las PAC. La demanda de desmilitarización supone la confiscación, destrucción o eliminación del comercio de armas en las comunidades.
Para la gente la desmilitarización empieza por la disolución de las estructuras militares como los comisionados y las PAC, que produjeron una alteración global de las relaciones en la comunidad, en las que los valores y formas de poder pasaron a estar directamente influidas por las armas y el control del Ejército.
El reclutamiento forzoso se convirtió en una amenaza permanente para los jóvenes que fueron obligados y muchas veces secuestrados para participar en el Ejército. El peso que esta militarización ha tenido en la experiencia de la gente ha sido enorme. Por eso, las exigencias de desmilitarización incluyen el disminuir la presión sobre los jóvenes y tener alternativas frente al reclutamiento obligatorio que sean útiles y asumidas por la comunidad. El proceso de reconstrucción social de la post-guerra debería disminuir el papel del Ejército en la sociedad y avanzar hacia una desmilitarización efectiva.
La desmilitarización supone cambios en el poder local, incluyendo la revalorización del papel de las autoridades civiles y tradicionales. Las demandas de reconstrucción y participación comunitaria en el poder local plantean un reconocimiento real del protagonismo de la comunidad, de las estructuras y sistemas propios de participación.
Muchas personas demandan que los cambios no sean sólo formales, sino que supongan una ruptura con los valores impuestos por la guerra, entre los que destaca la arbitrariedad, el autoritarismo y la discriminación social. Esta perspectiva es importante para el futuro, dado que pueden darse nuevas formas de poder basadas en el autoritarismo sin una estructura militar formal. Los recién formados Comités de Desarrollo, en los que se han convertido las PAC en algunas zonas del país, corren el riesgo de funcionar como un nuevo mecanismo de control social a partir de la gestión de las ayudas y los proyectos de desarrollo, y muestran los intentos de mantener las mismas estructuras con otro nombre.
Desmovilización y cambios en el Ejército Entre las demandas de cambios específicos en el Ejército se incluyen básicamente tres: la desmovilización de los cuerpos militares, oficiales y soldados más implicados en las atrocidades; el desmantelamiento de los aparatos clandestinos, y la reparación moral a las víctimas. Disminuir su poder de coacción castrense respecto a la sociedad y su dominio de los aparatos del Estado requiere destituciones y cambios en las personas, pero también sustituir la jerarquía y el poder militar por la democracia y la capacidad de control del Ejército por parte de la sociedad, del gobierno y las leyes. Pero los cambios no sólo deben darse en las estructuras formales del Ejército y cuerpos de seguridad. Los aparatos de inteligencia y sus conexiones deben ser investigados y desmantelados como entes represivos clandestinos. El mantenimiento de esas estructuras paralelas de poder constituye todavía una amenaza para el futuro.
La toma de medidas eficaces para la desmilitarización de Guatemala implica para las víctimas una conveniente supervisión internacional. Oficializar y dar cuerpo a muchas de estas demandas de la gente es parte de las expectativas que muchos sobrevivientes y sus familias ponen en instancias como la Comisión de Esclarecimiento Histórico.
Las aspiraciones de libertad se relacionan con las demandas del fin del control militar de la vida cotidiana. En los casos de poblaciones que han vivido en condiciones de concentración y control militar total, como las Aldeas Modelo, o en las más numerosas que han sufrido otras formas de militarización como las PAC, la gente quiere tener libertad para moverse, comerciar y reorganizar con autonomía su vida.
En los testimonios las demandas de libertad aparecen relacionadas con la posibilidad de expresión de su identidad y cultura. En parte, eso incluye la libertad para celebración de ritos, de ceremonias y de expresión de las propias creencias, pero también tiene que ver con las condiciones de trabajo. Para muchas personas, la reivindicación de mejores condiciones en las fincas tiene relación con los salarios o las prestaciones económicas, así como con un cambio en el régimen de vida sujeto a las directrices de sus patronos. Detrás de esas demandas de mayor libertad en el trabajo y modo de producción existe también la reivindicación de su propia identidad como campesinos y no como mozos de una finca. Las medidas de verdad, justicia o desmilitarización tienen que ir acompañadas de otras de carácter socioeconómico que desactiven algunas de las raíces del conflicto. Desde la perspectiva de muchas víctimas, sólo se solucionará la violencia cuando se resuelvan los problemas de la tenencia de la tierra y las condiciones de vida de la gente.
La mejor distribución de las tierras constituye no sólo una forma de reparación sino sobre todo de prevención de nuevos problemas y conflictos sociales. Las expectativas del proceso de paz implican demandas de mejoras socioeconómicas para las poblaciones pobres, la disminución de las desigualdades sociales, y cambios en el gobierno y los sistemas de representación política para que tengan en cuenta las necesidades de la gente. A pesar de que los testimonios fueron recogidos antes de la firma de la paz, algunos declarantes advierten ya del peligro de que se convierta sólo en un proceso de desmovilización o desactivación del conflicto armado, si no se concretan cambios socioeconómicos y legales que arranquen algunas de las raíces de la pobreza. Existen demandas explícitas a la URNG. Para los familiares de las personas asesinadas por la guerrilla, y de los que no se aclararon las causas de su muerte o incluso su paradero en la actualidad, las demandas tienen que ver con la investigación pública de los hechos y el reconocimiento de la memoria de sus familiares. Dadas las estrategias de confusión con que se desarrollaron muchas acciones armadas durante los años 80, las demandas de aclaración y verdad sobre los asesinatos presuntamente cometidos por la guerrilla implican a los distintos actores armados.
Otras demandas explícitas tienen que ver con las explicaciones de su comportamiento con la gente. Especialmente en el área rural, las promesas de cambios sociales o defensa frente al Ejército que realizó la guerrilla se vieron frustradas por el desarrollo de la guerra y por la percepción de falta de un comportamiento consistente por parte de la misma. Alguna gente que se involucró en la guerra o que vio en la guerrilla una oportunidad para mejorar su situación, se sintió después abandonada por la falta de respuesta en los momentos de mayor crisis.
Los ojos del mundo. La presencia internacional A pesar de que muchas veces el Ejército y el gobierno trataron de desprestigiar internacionalmente las demandas y denuncias interpuestas por grupos de derechos humanos, para las víctimas y familiares el conocimiento internacional sigue teniendo un papel disuasorio preventivo. La posibilidad de presionar al gobierno y las instituciones del Estado para supervisar el cumplimiento de los acuerdos con las poblaciones afectadas por la guerra (retorno, etc.) ha estado relacionada con la capacidad de las víctimas y grupos de apoyo de hacer visible su sufrimiento más allá de sus fronteras. La dependencia del gobierno respecto a los tratados, leyes y mecanismos internacionales de control de la situación de los derechos humanos, así como su necesidad de restablecer sus relaciones económicas con otros países, ha operado en parte como un factor favorable al cambio. A pesar de la resistencia de una parte importante de los sectores económicos, políticos y militares, la presión y presencia internacional ha supuesto un factor de apoyo a las expectativas de paz y de respeto a los derechos humanos de la gente. Por eso, el mantenimiento de la presencia de instituciones internacionales de derechos humanos, y su supervisión del cumplimiento de los acuerdos, es una demanda frecuente en los testimonios que se refieren a la presencia internacional. Más que una evaluación concreta de dicha presencia, los testimonios se refieren al papel que globalmente ha ejercido en la restitución de condiciones de convivencia social y respeto. Cuando ese papel ha sintonizado claramente con la experiencia previa, valores o expectativas de las comunidades, la evaluación de su presencia es muy positiva.
La Iglesia aparece en los testimonios ligada a la búsqueda de la verdad y con un papel educativo respecto a los derechos humanos. A pesar de que estas declaraciones puedan estar condicionadas hacia una mayor complacencia con la Iglesia, dado que los testimonios han sido recogidos por personas y estructuras que tienen que ver con ella, su presencia institucional y la confianza que muchos sectores sociales pueden tener en ella, implica una demanda para que se mantenga activa en la defensa de los derechos de la gente.
Las expectativas depositadas en ella suponen un desafío para la Iglesia en Guatemala. Tanto en lo que respecta a su compromiso con la gente como a la propia visión de la Iglesia como institución con poder, los testimonios de REMHI ofrecen también un material de reflexión para su acción social.
Entre esas expectativas se encuentra también la devolución de la memoria. Algunas familias y comunidades afectadas por la violencia consideran que el trabajo de búsqueda de la verdad no debería terminar en la elaboración de un informe, sino que tiene que volver a donde nació y apoyar mediante la producción de materiales, entre otras cosas, el papel de la memoria como instrumento de reconstrucción social.
3. REPARACIÓN Y RESARCIMIENTO (1.28)
Una tercera demanda tiene que ver con las propuestas de reparación social tanto a los sobrevivientes como las formas de memoria colectiva de las víctimas y exhumaciones. Las formas de reparación no pueden devolver la vida ni recuperar las enormes pérdidas sociales y culturales. Sin embargo, el Estado tiene la obligación de ofrecer a las víctimas y sobrevivientes de las atrocidades y Crímenes de Lesa Humanidad, medidas que ayuden a compensar algunas de esas pérdidas y que las poblaciones afectadas por la violencia puedan vivir con dignidad. Las demandas de reparación de la dignidad de las personas asesinadas o desaparecidas parten del reconocimiento de los hechos, siguen con la clarificación de su destino, y se concretan en la búsqueda de sus restos, la exhumación y la inhumación posterior siguiendo los ritos públicos y familiares de carácter cultural y religioso. Las distintas medidas de "reparación" cuya demanda se incluye en los testimonios de los sobrevivientes tienen que ver con: compensaciones económicas o proyectos de desarrollo, becas y programas de estudio, conmemoraciones y monumentos, y proyectos de atención psicosocial a las víctimas o sobrevivientes.
El valor de las ayudas tiene que evaluarse teniendo en cuenta tanto los beneficios prácticos que pueda suponer como la importancia de la dignidad de la gente. Las medidas de reparación tampoco pueden ser vistas como un sustituto de las demandas de Verdad y Justicia. Por otro lado, muchas veces la gestión de las ayudas puede provocar nuevos problemas y divisiones comunitarias si no se establecen claramente los criterios de reparación. 1.29 Las ceremonias y la sepultura siguiendo las tradiciones religiosas y culturales tienen un valor importante para el proceso de duelo. La participación de la comunidad puede ser un indicador importante de la calidad del trabajo y el acompañamiento que las comunidades demandan. El trato de los restos a las pautas y creencias culturales, así como una información clara sobre el proceso, deberían de formar parte del carácter reparador de las exhumaciones.
Pero las demandas de investigación sobre el destino de sus familiares, exhumaciones, etc. también está ligada a las necesidades de reconstruir la vida por parte de los familiares. A pesar de la convicción de su muerte, muchos familiares se enfrentan a las trabas burocráticas que les obligan a realizar nuevos esfuerzos, pasar por nuevas humillaciones o enfrentar gastos provocados por la represión sufrida.
El valor de la memoria como reparación va más allá de la reconstrucción de los hechos, constituye un juicio moral que descalifica éticamente a los perpetradores. Las conmemoraciones y ceremonias permiten darle al recuerdo un sentido y reconocimiento público. Además de reconstruir el pasado, el valor de la memoria colectiva tiene un carácter de movilización social, dado que ayuda a los sobrevivientes a salir del silencio y dignificar a sus familiares. Esas celebraciones y conmemoraciones no deberían ser sólo un recuerdo del dolor, también son una memoria de la solidaridad. Muchos familiares reafirman el valor de la memoria colectiva transmitida a las nuevas generaciones como una forma de aprendizaje, y la importancia de difundirla mediante actos públicos, la publicación de los resultados, la edición de materiales pedagógicos y actividades comunitarias.
(1.1) Señalemos que se trata de entrevistas abiertas en base a un guión y no de entrevistas cerradas, por lo que en estos resultados se comentan los elementos más salientes en el testimonio de las personas, y no la frecuencia específica de problemas (ya que por ejemplo, es poco probable que menos del 1% hayan tenido pesadillas o recuerdos repetitivos después de vivenciar el hecho represivo; según diversos estudios, cuando se pregunta directamente por la presencia o no de esos recuerdos repetitivos, la frecuencia sube hasta 20-40%). (1.2) Manual de contrainsurgencia. Ejército de Guatemala, 1983. (1.3) Emma había sido dirigente estudiantil en educación media entre 1974 y 1978. Se trasladó a vivir al occidente del país después de la muerte de su compañero. Fue capturada por un retén del Ejército en Santa Lucía Utatlán, sometida a interrogatorios y torturas, incluyendo la punción con agujas en la cabeza y violaciones repetidas. Desde el momento de su captura estuvo sometida a privación de comida y agua. Le mostraron fotografías de estudiantes universitarios, la sacaban a ruletear: le ponían una peluca y en un carro recorría las calles de Quetzaltenango para que entregara a personas presuntamente vinculadas con ella. Huyó del cuartel de la Brigada Militar "Manuel Lisandro Barillas" de esa ciudad. El comandante de la base era el coronel Luis Gordillo Martínez, quien fue sustituído después por el coronel Quintero. (1.4) A. Breton (1994). Rabinal Achí: une dynastique maya du quinzième siècle. Société d’Etthnologie, Paris. (1.5) Estas descripciones de desnutrición corresponden a casos de kwashiorkor producidos por desnutrición proteico/energética grave. (1.6) A pesar de que no existen referencias a ello en los testimonios recogidos por REMHI, también se han dado casos de participación de algunos niños en la guerrilla, pero no hay constancia de que fuera de manera forzada sino más bien como respuesta al asesinato de sus familiares. (1.7) La expresión del trauma en los jóvenes: Guatemala. En Trauma psicosocial y adolescentes latinoamericanos: formas de acción grupal . ILAS: Chile (1994) (1.8) Según Falla (inédito) Trabajo preparatorio para el libro Masacres de la Selva, ese mecanismo funcionó en algunas masacres de Ixcán, como Nueva Concepción, Kaibil y Piedras Blancas, entre otros. (1.9) La destrucción comunitaria se manifiesta en casi dos de cada tres masacres, el hostigamiento colectivo en una de cada tres y los efectos de descohesión social se recogen en uno de cada cinco testimonios. (1.10) En los testimonios de hombres predomina una descripción de las pérdidas sociales y cambios sociopolíticos en la comunidad (describen más destrucción grupal, ruptura y hostigamiento a la comunidad, y la destrucción de los medios de vida). Sin embargo no hay diferencias en el resto. (1.11) Dary 1997 (1.12) La participación en iglesias evangélicas, protestantes y similares ha aumentado por distintos factores:a) la estigmatización de los catequistas católicos como subversivos y el acoso a la iglesia católica; b) el mensaje individualista salvacionista (anti-alcohol, renacimiento individual) y apolítico de las sectas evangélicas; c) estas iglesias han utilizado antes los idiomas mayas y respetan parte de las tradiciones; c) el apoyo y facilitación del Ejército a algunas sectas. (1.13) "En la tradición maya quien cometía una acción fuera del orden social, que ahora se le denomina delito, no debía pagar por su error aislado de la sociedad sino, por el contrario, inmerso en ella: esa persona debía reparar, de alguna manera la falta que cometió." (Dary, 1997). (1.14) Camús, 1997 (1.15) Elaboración propia, en base a Breton, A. (1989) El Complejo Ajaw y el Complejo mam. Memorias del II Coloquio Internacional de Mayistas. Vol 1. UNAM. México; Solares, J.(comp.) (1993) Estado y Nación en Guatemala. Flacso. Guatemala; Equipo Ak’Kutan (1993). Evangelio y Culturas en Verapaz. Guatemala. (1.16) Otras formas recogidas, como el aislamiento, el descompromiso, o el perdón, no han sido consideradas dada su baja frecuencia en los testimonios. Estas bajas cifras de formas de afrontamiento como el aislamiento o el descompromiso pueden obedecer tanto al sesgo de que probablemente las personas que más los usaron no hayan acudido a dar su testimonio, como por el hecho de que la gente quizá tienda en sus respuestas a resaltar la parte positiva del afrontamiento (1.17) Corby, M. (1983)La necesaria relatividad cultural de los sistemas de valores humanos: mitologías, ideologías, ontologías y formaciones religiosas, Análisis epistemológico de las configuraciones axiológicas humanas". Ed. Universidad de Salamanca. 1983. Instituto Interdisciplinar de Barcelona. (1.18) Las relaciones de coexistencia entre la guerrilla y las comunidades estuvieron caracterizadas por distintos factores, en ocasiones contradictorios: 1) la expectativa positiva de una buena parte de la gente respecto a la guerrilla, por su valor y defensa de la comunidad 2) la necesidad de la guerrilla de contar con una base de apoyo, a pesar del riesgo de ser blanco de las acciones del Ejército 3) la voluntad de la gente de permanecer en la defensa de la tierra, (especialmente donde algunos eran copropietarios de la Cooperativa de Ixcán) y su convicción de resistencia 4) los intentos por parte de la dirección del EGP de controlar el liderazgo comunitario y las contradicciones con otros sectores 5) las orientaciones de la guerrilla sobre la necesidad de quedarse en las zonas ocupadas, aunque esto varió según los momentos 6) el cerco militar del Ejército que impedía la huida (especialmente en las CPR de la Sierra) 7) la represión ejercida contra la población por parte del Ejército, que produjo sufrimiento extremo y que provocó la salida de gente, por una parte, pero también el refuerzo de la resistencia y el mantenimiento de la relación con sus muertos 8) la presencia de agentes externos (Iglesia, salud, etc.) que ayudó a la población en su proceso de consolidación y organización comunitaria. (1.19) Ejército de Guatemala. El retorno de los refugiados. Huehuetenango, 25/3/87; Marin Golib, entonces comandante de la Base Militar de Ixcán, en declaraciones a una corresponsal extranjera explicó con alivio que los hombres que retornaban no prestaban servicio militar porque eso significaría "tener un alacrán en la camisa". (1.20) Desde una perspectiva de género, los hombres tienen una discreta tendencia a dar explicaciones de tipo más socio-político, mientras que las mujeres ponen algo más de énfasis en las razones locales. Así, los hombres atribuyen el conflicto más que las mujeres a problemas intergrupales previos, al gobierno, al contexto socio-económico y la situación de las tierras o a acusaciones por su conducta. Por el contrario, las mujeres predominan algo más que los hombres en dar importancia a los conflictos interpersonaleso la atribución a la propia conducta (1.21) El concepto de transgresión y reparación tiene una lógica de responsabilidad individual en la cultura maya. La persona que hace algo dañino para la comunidad o los otros, debe hacer algo para repararlo o pagar su culpa. Según Dary (1997) los principios comunitarios tradicionales relacionados con la comisión de delitos fueron barridos por las prácticas belicistas del conflicto: explicar el delito, amonestar, dialogar, resarcir al agraviado y perdonar en presencia de alguna persona con autoridad dentro de la comunidad. El Derecho Internacional Humanitario y el Orden Jurídico Maya: una perspectiva histórica. FLACSO, Guatemala (pp 162 y 171). (1.22) Hablamos de memorias suprimidas como aquellas memorias de los hechos de violencia que la gente ha tratado de ocultar para defender su vida de los ataques, pero también para defenderse de su propio dolor. Pueden ser suprimidas socialmente, pero muchas veces son guardadas y compartidas en el grupo primario. Ver Thompson (198 ). La voz del pasado. (1.23) También en otros conflictos armados las violaciones a las mujeres fueron parte de la dinámica de la guerra contra la población civil. Los piratas tailandeses violaron intencionalmente a las mujeres vietnamitas delante de sus familias para asegurar la humillación de todos. Un equipo de investigadores de la Unión Europea que visitó la Ex-Yugoslavia en diciembre de 1992, llegó a la conclusión de que muchísimas mujeres y adolescentes bosnias habían sido violadas en Bosnia-Herzegovina como parte de una campaña sistemática para sembrar el terror. ACNUR (1994). Informe sobre la situación de los refugiados en el mundo. Icaria: Madrid). (1.24) Jane Dowdeswell, La violación: hablan las mujeres, 1987 (1.25) Predomina en ellas un fuerte sentimiento de tristeza y de injusticia, junto con el miedo, el duelo alterado y los efectos como mujeres. En comparación con el resto de los testimonios, las viudas manifiestan también más recuerdos traumáticos, sentimientos de soledad e incertidumbre, y sufrimiento por hambre. Eso muestra tanto el impacto de las pérdidas como las consecuencias negativas posteriores, especialmente privaciones y falta de control de su vida (1.26) Fernández Poncela, Ana, Relaciones de género y cambio socio cultural, 1997. (1.27) Jodelet, 1992. (1.28) Según la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la reparación debe cubrir la globalidad de perjuicios que sufrió la víctima; comprendiendo las medidas individuales relativas al derecho a la restitución, que tiendan a poner a las víctimas en una situación parecida a como se encontraban antes de las violaciones (empleo, propiedades, retorno al país, etc.) medidas de indemnización se refieren a las compensaciones económicas por los daños sufridos, medidas de readaptación se entienden aquellas destinadas a cubrir los gastos de atención de salud o jurídica. medidas de reparación de carácter general de tipo simbólico tales como: el reconocimiento público de su responsabilidad por parte del Estado; las declaraciones oficiales rehabilitando víctimas en su dignidad; las ceremonias conmemorativas, monumentos y homenajes a las víctimas; la inclusión en los manuales de historia de la narración fiel de las violaciones de gravedad excepcional cometidas. el derecho de reparación incluye también las garantías de que no se seguirán cometiendo las violaciones a los derechos de la gente, tales como disolver los grupos armados para-estatales; la eliminación de dispositivos excepcionales, legislativos u otros, que favorezcan las violaciones; y las medidas administrativas u otras que conciernen a los agentes del Estado que han tenido responsabilidades en las violaciones y atrocidades. (1.29) Por ello, las acciones de reparación deberían tener en cuenta la participación de las poblaciones afectadas, su capacidad de decisión, y criterios claros basados en la equidad que deberían guiar los pasos de las distintas medidas de reparación, ya sean éstas de carácter económico o psicosocial.
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Informes relacionados: El Genocidio de Guatemala: Represión Militar y Violaciones de Derechos Humanos
Informe Informe Final de la
Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala (MINUGUA)
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