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EL GENOCIDIO DE GUATEMALA

 

Ficha Técnica del Libro  -  Índice  - Autor: Prudencio García

 

INTRODUCCIÓN

 



Entre los temas de estudio e investigación más apasionantes -y también más dramáticos- para el sociólogo de hoy, para el penalista o para el estudioso del derecho inter­na­cional -pero también, en otro plano, para el ciudadano común-, destaca de forma persisten­te uno muy concreto, de hondas raíces sociológicas y morales: el de las graves violaciones de los derechos humanos perpetradas por muy diversos Ejércitos del mundo, incurriendo en crímenes dirigidos en nu­me­rosos casos contra su propia sociedad civil.

De tales crímenes se derivan después, durante largo tiempo, una amplia serie de trágicas consecuencias en lo humano y lo social, seguidas de muy complejos problemas jurídicos en cuanto a impunidad, inmunidad, justicia territorial o justicia universal, así como de graves secuelas físicas y psíquicas para las víctimas y sus familias, acompañadas de profundos odios y divisiones que hieren por largo tiempo al conjunto del cuerpo social. Obviamente, esta dramática faceta del comportamiento de los Ejércitos importa y motiva en grado sumo al sociólogo militar, forzándole a penetrar, muy especialmente, en el arduo cam­po de la moral castrense, cuyo colapso, entre otros factores, determina los trágicos comporta­mientos que nos ocupan.

Mentiríamos, sin embargo, o simplificaríamos en exceso, si dijéramos que sólo el especialista o el investigador se ven afectados por este fenómeno. Muchos miles de ciudadanos comunes, muy ajenos en lo profesional al campo del derecho, de la sociología y de los derechos humanos, se sienten interesados por esta problemática: leen en la prensa las noticias más directamente referentes a ella, ven los reportajes televisivos que se emiten sobre el tema, acuden a las películas -no demasiadas, a decir verdad- que se atreven a penetrar en esta tenebrosa realidad. Son muchos, en efecto, los ciudadanos normales, de muchos países, que se sienten implicados en el terreno de los derechos humanos y sus violaciones más flagrantes, y ello por una doble motivación: unos, porque en su día se vieron afectados en sus propias carnes, o en las de sus allegados, por los excesos cometidos por un determinado Ejército en un determinado tiempo y lugar; otros, porque se dan cuenta de que ellos mismos, como miembros de una sociedad civil, pudieron verse personalmente alcanzados en caso de haberse hallado en ciertas fechas en otro determinado país, o en caso de que hubiera triunfado en su propia tierra un determinado golpe de Estado, o en caso de haber fracasado una determinada transición. O incluso por la proyección futura -el futuro siempre suspende un inmenso interrogante sobre nuestras cabezas-, que nos hace pensar en las desgracias que podrían caernos encima, a nosotros o a nuestros seres más queridos, en el caso indeseable de vernos un día en situaciones similares a las que otras sociedades, en tiempos bien recientes, han tenido que padecer.

Por todo ello, entre las muchas áreas, tan variadas y multifacéticas, que nos ofrece la actual realidad en el campo de las relaciones Ejército-Sociedad, nuestra inves­tigación de largos años –cu­yos resultados aquí se resumen y concretan- se ha centrado precisamente en dos de los aspectos más ineludibles -y más inseparables- de dicha realidad social: por una parte, las causas sociológico-militares de las violacio­nes de derechos humanos cometidas por los Ejércitos (que pueden darse en todos sus grados y niveles, según el tipo y formación de cada Ejército: desde leves y prácticamente inexis­tentes hasta masivas y de lesa humanidad). Y, por otra parte, la llamada reconversión mili­tar, es decir, la necesidad unánimemente reconocida en numerosos países –salvo por los inevitables sectores militares y oligárquicos más recalci­tran­tes- de un proceso de cambio, no precisamente fácil pero en todo caso ineludible, en el ámbito de los com­por­ta­mientos mili­tares y de las relaciones entre los Ejércitos y la sociedad civil.

Necesidad que aparece como exigencia insoslayable a la luz de las terribles actuaciones protagonizadas por ciertos Ejércitos en las últimas décadas, y muy especial­mente durante los años 70 y 80. Actuaciones pasadas pero históricamente recientes, cuyos efectos, heridas y cicatrices todavía duelen y supuran en el cuerpo social, y cuyos orígenes, efec­tos y soluciones resulta imprescin­di­ble investigar, analizar, interpretar y corre­gir, contri­bu­yendo así a dotar a aque­llos Ejérci­tos de un adecuado bagaje mental, so­cial, moral, edu­ca­tivo y doctrinal, en el marco de los procesos de paz y relativa conso­li­da­ción democrá­tica que se vienen desarrollando en la actualidad.

En efecto, entre los problemas sociales de mayor dramatismo registrados en los últimos tiempos se incluye este trági­co fenómeno que tan repetidas veces ha sacudido a la opinión pública mundial y a la propia conciencia de la humanidad: de pronto, un deter­minado Ejército, en determi­nada situación de crisis, se lanza a una masiva violación de derechos humanos, ya sea en un ámbito de conflicto interno o de guerra internacional. En el caso concreto de América Latina (*), estas situaciones se produjeron en las décadas de los 60, 70 y 80, en medio de la llamada Guerra Fría entre los dos bloques antagónicos de la época y en un marco de enfrentamientos inter­nos Ejército-Gue­rrilla, de variable magni­tud y duración. En ese contexto, y en muy numerosos países, se registraron actuaciones militares desmesu­radamente represivas no sólo contra las organizaciones alzadas en armas sino también contra amplios sectores no violentos de la población civil, incluida la oposi­ción política de carácter democrático.

(*) La costumbre largamente arraigada por este autor en sus sucesivos trabajos para Naciones Unidas, en cuyos documentos se usa sistemáticamente la denominación de Latinoamérica o América Latina, hace que en todas sus obras, y también en la presente, utilice esta última denominación.

Esta trágica realidad –la masiva violación de derechos huma­nos por las instituciones militares en muy diversos países-, fenómeno capaz por su gravedad intrín­seca de atraer la atención de cualquier investigador en Ciencias Sociales, no puede por menos de despertar en grado máximo el interés de quienes -como nosotros- llevamos largos años dedicados a la investigación en el campo de la Sociología Militar y las relacio­nes Ejér­cito-So­ciedad, particu­lar­mente en el área de los derechos humanos y su directa relación con los distintos tipos de moral militar.

Pero antes de entrar en este intrincado terreno, resulta necesario señalar un importante factor sociológico, que incide de lleno en el estamento militar español actual. Aquella genera­ción de profesionales de las armas que, en la lejana década de los años 50, ingresábamos en las Academias Militares españolas hemos tenido ocasión de presenciar, ya en la última etapa de nuestra vida profesional una espectacular apertura de horizontes que ha alterado profundamente -y ensan­chado drásticamente- los esque­mas de aquella primera formación, recibida tantos años atrás.

Cuando, en aquellos primeros años, en las aulas de la Academia General Militar de Zaragoza aprendíamos de memoria el Decálogo del Cadete y las Ordenanzas de Carlos III, y una y otra vez recorríamos hasta la extenuación, en los ejercicios tácticos, las ásperas lomas y vaguadas del campo de San Gregorio, nuestras mentes se nutrían de unos conocimientos y conceptos determinados. Conceptos y conocimientos que entonces correspon­dían –como no podía ser de otra forma- a lo que, en aque­llos tiempos, se esperaba de nosotros. En consecuencia, conceptos tales como ‘derechos huma­nos’, ‘misiones internacionales de paz’, ‘moral militar democrática’, etcétera, brillaban por su absoluta ausencia de nues­tras enseñan­zas, mentes y conciencias, y, de hecho, no llega­rían a hacer su aparición hasta muchos años después.

Más aún: algunos de tales conceptos, como las misiones de paz de Naciones Unidas, hubieran aparecido entonces como puras elucubra­ciones extraterráqueas -pues Es­paña ni siquiera había sido admitida todavía como miembro de la ONU en aquella primera mitad de los años 50-, mientras que cualquier alusión a la defensa de los derechos humanos o de cualquier valor democrático -caso de ser mencionados esos conceptos en el ámbito militar español de aquellos años- hubiera provocado reacciones absolutamente hostiles, al ser considerados tales valores no ya como simples engen­dros extragalácticos sino como conceptos radicalmente subversivos, según el baremo de valo­res vigentes en aquel Ejército y en aquella sociedad.

Ninguno de nosotros podía, en aquellas fechas, imaginar nada remotamente parecido a la realidad actual. Así, a lo largo de la última década del siglo XX, una nueva genera­ción de militares españoles -man­­dada paradójicamente por miembros de aquella misma generación antes aludida, ya en la fase final de su carrera- han estado actuando en los más insospechados parajes del mundo, a miles de kilómetros de nuestras fronte­ras: desde las heladas montañas del Kurdistán o los martirizados paisajes urbanos de Bosnia, hasta los cálidos paisajes subtropicales de Centro­américa, sin excluir otras zonas aún más tórridas como Angola y Mozambique, asumiendo unas funciones y responsabi­lidades harto dife­ren­tes de aquéllas para las que fuimos formados treinta o cuarenta años atrás.

Así, numerosos militares españoles nos hemos visto abocados a desempeñar diferentes funciones de paz, de concordia y de cooperación, unas veces en misiones de interposición neutral entre fuerzas enfrentadas, o de ayuda humanitaria a poblaciones civiles duramente castigadas por sangrientos conflictos, todo ello bajo banderas de orga­ni­zaciones internacionales y al lado de contingentes militares de otros países, empeñados en idénticas tareas de paz. Otras veces, en funciones de apoyo y asesoramiento a otros Ejércitos y a otras autoridades militares o civiles, en difíciles situaciones de recuperación de la paz y establecimiento de nuevas formas de convivencia democrática, a veces con complejas implicaciones en las relaciones Ejército-So­ciedad. Problemas que, en tales casos, resulta preciso analizar, encauzar y resolver, y todo ello en ámbitos geográficos, culturales y sociales muy diferen­tes de los nuestros, y con implica­ciones que desbordan amplia­mente el ámbito de lo militar.

Ello ha arrojado sobre los hombros de algunos de nosotros, y en muy distintos escenarios del mundo, importantes responsa­bi­li­dades, bastante alejadas de las que caracterizan a la vida militar propiamente dicha. Como valiosa contrapartida, esta expe­riencia así acumulada nos ha permitido a algunos -a aquéllos de nosotros impulsados por una vocación investigadora desde largo tiempo atrás- entrar a fondo en algunas crudas realidades del mundo actual. Problemáticas realidades de profunda implicación militar y so­cial que, sin salir de nuestras fronteras, difícilmente hubiéramos podido conocer de for­ma suficiente ni colaborar a su solu­ción.

Creemos, en definitiva, que quienes hemos tenido el privilegio de penetrar en ciertas áreas de los comportamientos mili­tares en determinados contextos humanos, políticos y socia­les -a veces dra­máticos, pero en todo caso reales e ineludibles- estamos obliga­dos a dar a conocer las experiencias y conocimientos adquiridos y extraer de ellos las con­clu­siones pertinentes. Máxime por quienes –co­mo nosotros- hemos añadido, por voca­ción propia, una larga e intensa tarea de investigación, anterior, simultánea y posterior a dichas experiencias en el ámbito inter­na­cio­nal.

Por ejemplo, y ciñéndonos ahora a una de nuestras áreas de mayor trabajo y conoci­miento -Centroamérica-, fueron militares españoles los que, recién llegados a aquellos países -algunos directamente proce­dentes de gélidos ambientes europeos- fue­ron situados en plena zona selvática, entre las fuerzas del Ejército y las de la guerrilla, para dar cumplimiento a los Acuerdos de Paz, que exigían, entre otras cosas, el desarme y disolución de las fuerzas guerri­lleras, como medida paralela a la drástica reduc­ción de los efectivos del Ejército. Militares españoles -con contingentes menores de otros países- organizaron la concen­tración de las fuerzas guerrilleras en los puntos acordados, así como el control de la entrega e inutilización de sus armas. Militares españoles, conocedores de los negros antecedentes de aquellos Ejércitos en materia de derechos humanos, supervisaron estrechamente la elaboración de una nueva doctrina para las Fuerzas Armadas -im­puesta por los Acuerdos de Paz en el caso concreto de El Salvador-, revisando críticamente su redacción hasta lograr un texto plenamente garanti­zador de los derechos humanos y de la subordinación militar al poder democrático civil. Fueron militares españoles quienes insistieron, venciendo más de una resistencia, en que dicha doctrina -según exigían los propios Acuerdos- fuera dada a conocer a la sociedad civil, mediante su publicación en medios impresos de difusión nacional, como así se hizo finalmente, rompiendo con ello los viejos esquemas de ancestral recelo mayoritario de las sociedades civiles en toda América Latina, que -má­­xime durante los tiempos de la mal llamada "Doctrina de la Seguri­dad Nacional", de siniestro recuerdo- siempre consideraron cual­quier doctrina militar como algo secreto, impenetrable y en todo caso amenazador para la población civil.

Fuimos precisamente nosotros -en este punto concreto nos corres­pondió hacerlo personal­mente- quienes impartimos en los centros de enseñanza militar, en este caso salvadoreños, tanto a los cadetes de su Escuela Militar como a los cuadros profesionales de las principales unidades del Ejército de El Salvador, los conocimientos básicos de la Sociología Militar actual, el respeto a los derechos humanos dentro de la moral militar democrática, y la obligada subordinación militar al poder civil emanado de las urnas. Tarea que nos hizo recorrer en helicóptero aquellos territorios, impartiendo cursos a los jefes y oficiales con mando en las unidades operativas, e incluyendo, como materia central, los ade­cua­dos con­cep­tos de discipli­na, honor militar y espíritu de cuerpo compati­bles con el respeto a los derechos humanos y con la correcta inserción del Ejército ­en una sociedad democrática. Enseñanzas que, paralela­mente, incluían el obligado rechazo de estos mismos conceptos en sus versiones más degeneradas: obedien­cia ciega a las órdenes criminales, falso honor militar basado en el despre­cio de los derechos humanos, y cerrado corpo­rativismo con­du­cente a la impuni­dad total.

Aberraciones, todas ellas, de la moral militar que -como veremos en los resultados y conclusiones reiteradamente consta­tadas por nuestra investiga­ción- tanto daño hicieron hasta fechas todavía recientes a las sociedades de América Latina en general, y de Centroamérica en particular. Enseñanzas especial­men­te necesarias para unas institu­ciones armadas con un historial tan trágico en cuanto a violación de derechos humanos como el que históricamente caracte­rizó a determinados Ejércitos centroameri­canos sobrada­mente cono­cidos, hasta la llegada de los procesos de paz auspi­ciados por Naciones Unidas en aquella Región.

* * * * *

En nuestro caso personal se unen dos factores concretos y concurrentes: por una parte, el hecho –primero en lo cronológico- de contar con un intenso y extenso curricu­lum académico y profesional, dentro y fuera del Ejército, incluyendo más de treinta años de trabajo en el campo de la investigación sociológico-militar. Inves­tigación dirigida a un área preferente: la de los compor­ta­mientos violatorios de los derechos humanos y los factores que más perturban las relaciones civiles-militares en muy diferentes sociedades, incluidos los complejos procesos de transición o consoli­dación democráti­ca que numerosos países siguen viviendo en la actualidad.

Por otra parte, y como segundo factor, está el ya citado privi­le­gio de encontrarnos entre aquellos militares españoles que hemos tenido la oportuni­dad de participar a fondo en alguna de las citadas Misiones Internacionales de Paz, y con una tarea, por aña­di­dura, dirigida en nuestro caso a una doble área: al ámbito académico militar, y a la valoración de los comportamientos militares en materia de derechos humanos, dentro de la relación Ejérci­to-Sociedad. Tarea en la que vimos enriquecida y sólida­mente ratificada la experien­cia de nuestra prolongada in­ves­ti­ga­ción anterior.

Pues bien; dadas estas circunstancias personales, y después de esas tres décadas de investigación y estudio de las relaciones civiles-militares en muy distintos países y situaciones, creemos llegado el momento de exponer el fruto de ese esfuerzo investigador. En otras palabras: ha llegado el momento de definir y desarrollar, de forma concreta y sistemati­zada, el bloque de conceptos básicos que, de forma fragmentaria, hemos venido exponiendo en tantos organismos, universidades y centros civiles y mili­tares del Este y del Oeste -hasta el momento en más de veinte países-, pero siempre con las limitaciones propias de las exposicio­nes orales y de los ‘papers’ de limitada extensión, difundidos en publicaciones especializadas. Ha llega­do, en definitiva, la hora de concentrar, en forma de libro, la exposición articulada y cohe­ren­te de aquellos factores más decisivos que –en materia de derechos humanos- rigen tanto los valores internos de las Fuerzas Armadas como las relaciones de éstas con la sociedad civil en el plano moral, político y social. Todo ello examinado desde una perspectiva lo más cien­tífica posible -la de la Socio­lo­gía Militar actual-, y materializado en un modelo analítico de nuestra propia concepción: el "modelo Impera­tivo-Moral". Se trata de un modelo socioló­gico-militar de análisis e inter­pre­ta­ción, que hemos veni­do des­a­rro­llando desde bastantes años atrás, y que ahora consi­de­ramos llegado el momento de difundir, ya no en forma fragmentaria como hasta hoy, sino en su totalidad, acompañán­dolo de una casuística real y rigurosa­mente documen­ta­da, que será expuesta, primero, y analizada después a la luz del modelo propuesto.

Estamos convencidos de que, si para algo ha de servir la investigación sociológico-mi­litar, ha de ser precisamente para dar cumplimiento a un propósito como el nuestro en este trabajo: es decir, para elaborar un cuerpo de doctrina –militar, moral y democrática- no ya relacionado sino directamente derivado de aque­­llas realidades, por muy duras que sean, en las que ha profundizado nuestra investigación. Sólo así las conclusiones obtenidas podrán ser válidas para los militares de nuestro tiempo y de un futuro previsible a plazo medio y medio-largo, pues el plazo demasiado largo –en este terreno como en casi todos- escapa a cualquier intento de investi­gación.

 

En cuanto a nuestro modelo analítico

Ya en nuestra obra anterior “El drama de la autonomía militar” dedicamos un capítulo a la serie de modelos teóricos que, a lo largo de los últimos 50 ó 60 años, han pretendido explicar las relaciones Ejército-Sociedad bajo diferentes hipótesis de inter­pre­tación. Allí analizamos, a la luz de algunos de tales modelos, las relaciones -dramáticas- del Ejército con la sociedad civil en un caso muy concreto: el de la República Argentina, especialmente bajo la dictadura de las Juntas Mili­tares (1976-1983).

Ello nos obligó a recordar modelos teóricos tales como el “Estado Militar”, de Harold Lasswell, el “Estado de Seguridad Nacional” de Daniel Yergin, el modelo de “dictadura dual” de Sa­­muel Finer, sin olvidar el “Estado burocrático-autoritario” de Guiller­mo O’Don­nell, los modelos “totalitario” y “autoritario” de Juan J. Linz, y el “Estado anti­popular” de Alain Touraine. Especial atención y extensión tuvimos que dedicar –como era inevitable- a los modelos “pretorianos” de Samuel Huntington y Amos Perlmutter, de cuya tipología los militares argentinos brindaron al mundo una minuciosa exhibición. Después de los modelos “profesionales” de Hunting­ton y Morris Janowitz, llegábamos al modelo “Institu­cio­­nal-Ocupacional” (I-O) de Charles Mos­kos, especial­mente válido para el análisis de las tendencias y comportamientos profesionales en los Ejércitos de naciones social­mente avanzadas y de democracias consolidadas, como es el caso de las naciones anglo­sa­jo­­nas y de otros países europeos.

Ahora nuestro propósito es más ambicioso que el que nos animaba en nuestro libro antes citado: ahora se trata de presentar nuestro propio modelo de análisis, elaborado y contrastado desde largos años atrás. ¿Qué ocurre cada vez que un investigador internacional plantea y difunde un nuevo modelo analítico? Lo más normal en tales casos es que leamos, principalmente en la revista “Armed Forces and Society”, los requisitos que su autor considera que debe cumplir todo buen modelo analítico de las relaciones Ejército-Sociedad. Requisitos que, por supuesto, son cumplidos por su propio modelo, y no tanto por los demás. Si hemos de ser sinceros, y sin incurrir en la menor falta de respeto hacia nuestros colegas investigadores, cuyo desideratum personal –tan distinto en cada caso- hemos leído tantas veces, consideramos que sus planteamientos revelan, de forma probable­mente inevita­ble, un cierto grado de volunta­rismo y de un subjetivis­mo difícil de soslayar. Resulta lógico, por otra parte, y hasta inevitable, que cada investigador, al proponer­ su propio modelo, ponga un especial énfasis en aquellos elementos, cualidades o exigencias espe­cí­ficas que distinguen su modelo teórico de los otros, mejorándolos -a su juicio- al introducir exigencias mayores o al cubrir unas áreas no cubiertas debidamente por los demás.

Por nuestra parte, al presentar nuestro propio modelo, no pretendemos excluirnos de esa limitación, ni quedar libres de esa cuota de subjetivismo inevitable, que probable­mente constituye una servidumbre general. Y ello con independencia de que todos los que trabajamos en este terreno nos consideremos a nosotros mismos como científicos, afirmando que nuestros modelos teóricos también lo son.

Incluso hay quien afirma que todo aquél que presenta un nuevo modelo teórico debe demostrar que el suyo es mejor que los anteriormente vigentes. Por nuestra parte, nos permitimos discrepar de esta apreciación. Primero, porque un investigador puede -e incluso debe, si lo tiene- proponer su propio modelo analítico, sometiéndolo a la considera­ción de la comunidad científica, pero sin que sea forzoso el pretender sustituir con él a ningún otro modelo precedente, limitándose a añadir un instrumento analítico más a los ya existentes con anterioridad (salvo que se trate de sustituir ineludiblemente a otro determinado modelo, demostrando con todo rigor su carácter erró­neo, lo cual ya sería otra cuestión). Y segundo, porque muchas veces ni siquiera tiene sentido alguno el pretender determinar si un modelo es mejor que otro, cuando cada uno de ellos ha sido concebido para ser utilizado en unas áreas del comportamiento muy distintas entre sí.

¿Qué sentido tendría, por ejemplo, comparar el valioso modelo I-O de Char­les Mos­kos (conce­bido para estudiar e interpretar un fenómeno social tan notable, y al mismo tiempo tan pacífi­co, como el desplazamiento institucional-ocupacional (*) de los Ejércitos, principalmente en las democracias consoli­dadas) con un modelo como nuestro I-M, concebido para interpre­tar un fenómeno tan trágico y tan brutal como la violación masiva de derechos humanos por ciertos Ejércitos, en unas socie­dades inmaduras que todavía pugnan, en medio de grandes dificultades, por alcanzar su plena consolidación demo­crática?

(*) I-O es la designación abreviada del modelo Institucional-Ocupacional del profesor Charles Moskos, que estudia un importante fenómeno observado en los ejércitos de las sociedades más avanzadas y democráticas. Se trata del desplazamiento desde el concepto tradicional de lo militar basado en los valores llamados institucionales (vocación, patria, servicio, entrega a unos compromisos considerados de orden superior) hacia el predominio aparente de otros valores, los deno­minados ocupacionales (el ejército considerado como una ocupación más, similar a las ocupaciones profesionales del ámbito empresarial civil, que dan primacía a valores tales como el rendimiento individual por encima de la antigüedad, creciente aplicación de técnicas de gestión, relación coste-eficacia, derechos laborales, compromiso contractual más que vocacional, etc.)

Por otra parte, cada investigador que propone un modelo teórico pone el énfasis en un determinado concepto, que considera central en su planteamiento general. Así fue con los grandes padres de la sociología militar de los años 50 y 60 del siglo pasado (Samuel Huntington, Morris Janowitz, Samuel Finer) que centraron sus modelos en el concepto básico de profesionalismo o profesionalidad. Concepto que se vio ampliado por investigadores como el propio Moskos, que incluyó en su modelo la influencia de otro elemento (la vertiente empresarial y laboral en términos contractuales y de mercado, y su notable impacto sobre las instituciones militares modernas). Igual­mente, y salvando las distancias cronológicas y conceptuales, otros investigadores como Douglas Bland, Peter Feaver, Henning Sorensen, Rebecca Schiff, entre otros, han desarrollado y propuesto en estos últimos años modelos que tratan de trascender el concepto de profesionalidad, llegando más allá de éste para incor­porar algún otro factor que consideran primordial.

Así sucede también en nuestro caso: nuestro modelo analítico trasciende lo profesional, para incorporar otro factor fundamental. Y ese factor central para nosotros, a la hora de penetrar en la valoración sociológica de las conductas militares, es precisamente el concepto dual e inseparable de dere­chos huma­nos y moral militar.

Creemos, eso sí, que –de forma general- cada investigador que presenta su propio modelo teórico debe esfor­zarse por señalar lo que éste pretende y en qué áreas resulta –a su juicio- especialmente potente y eficaz. En concreto, nuestro modelo Imperativo-Moral (I-M) está concebido como un instrumento especialmente adecuado para pene­trar en profundidad en una amplia gama de comporta­mien­tos militares y civiles-militares en nuestra área funda­men­tal de investiga­ción. Área sin duda ardua y compleja, pero para nosotros prioritaria en importancia y necesidad de estudio y esclarecimiento, que no es otra que ésta: la trágica violación de derechos humanos por las Fuerzas Armadas de numerosos países, de distintas características y diverso grado de desarrollo social.

Se trata de situa­cio­nes dramáticas que pueden producirse en distintos escenarios, desde países con apreciables niveles de desarrollo y cultura, como por ejemplo Argentina, Chile y Uruguay, con sociedades dotadas de unas clases medias bastante amplias y no precisamente incultas, hasta otros de muy inferior desarrollo económico, social y cultural, como Guatemala y El Salvador, con clases medias de muy reducida dimensión, oligarquías tan privilegiadas y reacias a los cambios como escasamente democráti­cas, y grandes ma­sas en situación de lacerante pobreza y subdesarrollo social.

Nuestra investigación pretende averiguar las causas profundas de ese trágico fenómeno –las grandes y masivas violaciones de derechos humanos- desde la perspectiva sociológico-militar, inclu­yendo factores como los siguientes: el funcionamiento correcto o deficiente de los mecanismos que rigen las relaciones Ejército-Sociedad; los factores que hacen o propician que los Ejércitos actúen sin el debido sometimiento a la autoridad civil, protago­nizando todo tipo de excesos al margen de cual­quier control democrático; las desviaciones o degeneraciones morales y profesionales que, afectando de lleno a los valores militares (disciplina, honor, etc.), deter­mi­nan en los Ejércitos actuaciones gravemente antide­mocrá­ticas, desde el golpismo y las dictaduras hasta el aniquilamiento masivo de los derechos humanos; los valores militares adecuados para frenar y prevenir tantos san­grien­tos cataclismos sociales (pues no de otra forma pueden calificarse los terribles procesos represivos con miles de personas asesinadas, torturadas y desapare­cidas); la mane­ra de evitar tales hecatombes sociales mediante los necesarios cambios en los ámbitos militar y civil-militar.

Igualmente, dentro de nuestro ámbito de investigación se incluye de lleno otro campo directamente derivado del anterior: la necesidad de estu­diar y registrar con preci­sión el desa­rrollo, articulación y características de los procesos de transición que han de permi­tir a esas socie­da­des dejar atrás para siempre aquellas dramáticas experiencias, superando sus insuficien­cias democráticas y los excesos de sus Ejércitos, hasta llegar a consolidar definitivamente la democracia, con unos militares nutridos ya de unos principios y valores respetuosos de los derechos humanos y del poder civil.

Nuestra línea de investigación, a la luz de nuestro modelo I-M, pretende también profun­dizar en los comportamientos de los Ejér­citos en caso de conflicto interno o internacional, en lo re­fe­rente a derechos humanos y respeto al derecho humanitario bélico; trato a los prisione­ros y a la población civil implicada en el conflicto; excesos cometidos en estos terrenos por los Ejércitos; sus causas, efectos y vías efectivas de corrección. Formación militar capaz de poner límites, lo más estrictos posible, a los sufrimientos derivados de la guerra; es decir, limitando los horrores bélicos a aquellos sufrimientos inevitables, ya terribles de por sí, asumidos como inherentes a todo conflicto armado, sea interno o internacional. Pero suprimiendo, en cambio, aquellas atroci­dades adicionales, fruto de factores tales como una deficiente moral militar, un degenerado concepto de disciplina robotizada, un degradado concepto del honor, un infame corporativismo basado en la impunidad absoluta, así como de las doctrinas aberrantes basadas en el delirio ideológico, el fanatismo o la “lim­pie­za racial”.

En definitiva, nuestro ‘modelo Imperativo-Moral’ resulta especialmente válido, ampliamente explicativo y eficaz instrumento analítico para aquellas situaciones, por desgracia padecidas en numerosos países, en las cuales la violación de derechos humanos constituye –o ha constituido hasta épocas recientes- el elemento cen­tral de la relación Ejército-Sociedad. Pero no sólo resulta válido para situaciones pro­pia­men­te dictatoriales y directamente lesivas de los de­re­chos humanos, sino también para una amplia gama de situaciones y comportamientos, abarcando todos los grados de implantación democrática, desde la absoluta ausencia de democracia hasta su mayor grado de consolidación. De hecho, el modelo I-M puede ser eficazmente aplicado a las situaciones siguientes:

1. Sociedades y Ejércitos en trance de conflicto armado, ya sea interno o internacio­nal. Comportamientos militares en cuanto a derechos humanos en este marco bélico, sangriento y dramático de por sí.

2. Sociedades bajo duros regímenes dictatoriales, con sus Ejércitos sometidos a un poder totalitario -civil o militar- que los utiliza para mantener un pleno control de la socie­dad, con altos niveles de repre­sión y grave quebranto de los derechos humanos.

3. Sociedades con un bajo nivel de consolidación democrática, todavía sometidas a un alto grado de intervencio­nismo militar sobre la sociedad civil y abundantes violaciones de los derechos humanos imputables a sus Fuerzas Armadas.

4. Sociedades en proceso de transición a la democracia. Democracias todavía débiles e inestables con Ejércitos todavía demasiado dominantes, con un trágico y recien­te historial en dere­chos huma­nos que todavía pesa gravemente sobre la sociedad.

5. En mucho menor grado, sociedades de régimen democrático ya consolidado y estable, con sus Ejércitos correcta­men­te subordinados al poder civil y básicamente respetuosos de los derechos humanos. Aun­que el uso del modelo sea menos aplicable para este tipo de casos -pues ha sido expresamente concebido para los anteriores y no para éste-, aun así, también puede resultar eficazmente explicativo para ciertos fenómenos, cambios y procesos producidos dentro de este marco -mucho más apacible y mucho menos dramá­tico- de las relaciones Ejército-So­ciedad.

Observaremos que este bloque articulado de conceptos que aquí vamos a exponer, como fruto directo de nuestra investigación, no es uno de tantos esquemas teóricos que pueden elaborarse para el estudio de cualquier disciplina más o menos especulativa. Es, por el contrario, un escueto marco de conceptos directamente impuestos por la realidad. Un marco conceptual que, pese a su aparente simplicidad, incluye, refleja y explica, con insoslayable fidelidad, algunas de las más sangrientas realidades de la vida de los pueblos: golpes de Estado, dictaduras militares, guerras, violaciones masivas de derechos huma­nos, atrocidades de todo género, duras resistencias a los proce­sos de democrati­zación, intentos de retroceso a situaciones antidemocráticas, práctica imposibili­dad de castigar a los culpables de los más terribles crímenes -incluso cuando los procesos de paz parecen ya consolidados-, etcétera. Duras y flagrantes realidades, cuya mayor o menor gravedad, cuya mayor o menor crueldad nos viene dada inexorablemente por el mayor o menor grado de des­a­juste o incumplimien­to de ese conjunto de valores y principios básicos, cuyo núcleo central aquí vamos a desarro­llar.

En definitiva, nuestro modelo I-M se nutre has­ta el tuétano de las realidades fácticas de las que ha nacido. No se trata, pues, de enca­jar por la fuerza una serie de realidades en un modelo predeter­minado. Se trata exactamente de lo contrario: unas determinadas realidades sociales, tan trágicas como reiteradas en numerosos Ejércitos, han engendrado un determinado modelo analítico, hijo directo de esa cru­da realidad. Modelo que, como tal, constituye un instru­mento que con­sideramos especial­mente válido para el análisis e interpre­tación de una serie de comportamientos militares: precisamente aquéllos que se registran en las situaciones más problemáticas y conflic­tivas que pueden darse –y de hecho se dan- en las relaciones Ejército-Sociedad.

 

Dilema previo: ¿omisión o descripción?

Al exponer los espeluznantes casos de violación de derechos humanos que vamos a examinar en esta obra, hemos tenido que afrontar un problema no precisamente fácil: el decidir hasta qué punto debíamos ser explícitos y hasta qué punto convenía optar por la omisión de los aspectos demasiado terribles. Este problema adquirió para nosotros la máxima crudeza precisa­mente por tratarse del caso de Guatemala.

En efecto, cualquiera que intente transmitir o dar a conocer lo ocurrido en Gua­temala durante su largo conflicto interno, y muy especialmente en el terrible quinquenio 1978-83, tropieza y tropezará siempre con una extraordinaria dificultad: aquélla que alguien denominó "Hacer creíble lo invero­símil, dado el carácter increíble de lo que realmente sucedió". Recuérdese, salvando las debidas distancias, que algunos supervi­vientes del holocausto judío -como, por ejemplo, la admirable y ya despa­recida Violeta Fried­mann- juraron dedicar el resto de sus vidas a dar a conocer al mundo una tragedia que, por su increíble magnitud, y también por sus caracteres cualitativos, resultaba impo­sible de creer. En tales casos, el gran problema consiste en conseguir simplemente –na­da más, pero también nada menos- que la opinión publica llegue a asumir como ciertos unos hechos absolutamente verídicos que, en principio, resultan disparatadamente ajenos a cualquier realidad imaginable. Casos radi­calmente imposibles de aceptar como ciertos, y más aun de digerirlos como tales. Recuérdese igualmente que alguno de los grandes criminales nazis, cuando ya se vislumbraba la derrota y, con ella, la posibilidad de tener que rendir cuentas, animaba a sus secuaces a mantener, e incluso a incrementar, el volumen de atrocidades cometidas, con el siguiente argumento: Cuanto más al extremo llevemos lo que estamos haciendo, menos podrá ser creído el día de mañana. Aumen­témoslo hasta extre­mos tan inauditos que mañana nadie los pueda creer. Hagamos lo increíble, más aun, lo inverosímil, pues mañana esa inverosimilitud nos benefi­ciará, convirtiéndose en incre­du­lidad general.

Pues bien; esa dificultad de creer algo que es muy cierto, pero al mismo tiempo demasiado inverosímil, surge una y otra vez ante lo ocurrido en ciertas áreas de Guatemala entre 1978 y 1983. La atrocidad de lo sucedido difícilmente podría ser asimilada, más aun, a duras penas podría ser creída, si no estuviera sobradamente documentada por la ONU, por la Iglesia (Arzobispado de Guatemala) y por otros organismos competen­tes: personas quemadas vivas, empalamien­tos, terribles mutilaciones, casos de antropofagia, mujeres embara­zadas abiertas en canal, criaturas de pocos meses o días con la cabeza reventada contra el suelo, y otra serie de atrocidades de difícil pero necesaria descripción. ¿Por qué necesaria? Porque si nos evadiéramos con la cómoda coartada de decir: "Se cometieron atrocidades que resisten toda descripción", entonces, al asumir tales atrocidades como indes­crip­tibles, nadie se tomaría el esfuerzo –du­ro e incómodo como pocos- de descri­birlas para conocimiento general, con lo cual todo el mundo seguiría sin saber lo que ocurrió. Excepto los propios supervivientes del horror, los cuales se llevarían a la tumba en solitario sus terribles recuerdos, por ser éstos un secreto intransferible, que nadie más podría conocer, al asumir que éste ni se puede describir ni se debe transmitir. Esta actitud nos dejaría al resto de los mortales ignorantes de una gravísima amenaza que puede volver a materializarse sobre otros seres humanos con todo su horror, precisamente por dejar a la sociedad desprevenida sobre tal riesgo, convencida -harto equivocadamente- de que en nuestros días, y en sociedades civiliza­das, tales horrores nunca podrían llegar a suceder.

Si nos limitásemos a decir que "en tales años, tal o cual Ejército cometió atrocida­des que más vale no mencionar", y el estudioso o el investigador de los comportamientos militares se detuviera en ese límite sin atreverse a traspasarlo, entonces, al omitir toda precisión sobre tales comporta­mientos, o al aludir a ellos en esos términos tan evasivos, todo el mundo seguiría desconociendo lo que ocurrió, cómo ocurrió, y, sobre todo, por qué ocurrió. De hecho, las reacciones de alteración que suscita la descripción de ciertos horrores, precisamente en quienes afirman que tal descripción no resulta necesaria, constituyen la prueba irrefutable de que tales personas son incapaces de imaginarse esos mismos horrores hasta que tropiezan con su descripción. Si esas personas hubieran sido capaces de imaginar lo que realmente pasó, su descripción no les produciría un impacto tan insufrible; y si esos horrores fueran fáciles de imaginar, el testimonio de ellos, sea escrito o audiovi­sual, sería siempre innecesario, pues al acuñar la frase "barbaridades indescrip­tibles" todos las habríamos imaginado ya en todo su horror.

Pues bien, nada más falso. Lo cierto es que nadie se las imagina, ni siquiera por aproximación. El impacto producido por tales descripciones, cuando se hacen públicas, ratifica que nadie las había podido imaginar hasta que las vio filmadas o las leyó debida­mente testificadas y redactadas. El holocausto nazi no hubiera podido ser imaginado por nadie, de no ser por los testimonios transmitidos por sus testigos supervivientes o, parcialmente, por las viejas fotografías y las escasas filmaciones que se pudieron obtener y conservar. Pero siempre, muy principalmente, por los testimonios orales y escritos de los testigos. Reali­da­des tales como las formas de captura y de transporte brutal a los campos de exterminio, las condiciones de vida y de muerte, el trabajo esclavo, los atroces experi­mentos médi­cos, los castigos aplicados, las cámaras de gas, los crematorios -"Hoy entráis por esta puerta, mañana saldréis por aquella chimenea"-, etcétera, las formas diarias y continuas del aniquilamiento de la dignidad humana, nada de esto se hubiera llegado a saber si hubiera prevalecido la consabida alegación de "Se cometieron crueldades indescrip­tibles, y punto. Pero, puesto que fueron indescriptibles, que a nadie se le ocurra incomodarnos con su descripción."

Pese a los pudibundos defensores de esta postura, la humanidad necesitaba saber lo realmente ocurrido bajo el nazismo, especialmente en países como Alemania y Austria. Precisa­mente, por cierto, las tierras de Mozart y Beethoven, de Goethe y de Kant, de Hölderlin y de Rilke. Pero también las de Hitler y Himmler, de Eichmann y Mengele, en rotunda demostración de que incluso las sociedades más cultas y creativas, capaces de aportar a la humanidad los grandes genios de la poesía, la filosofía y la música, son también capaces de engendrar a los mayores monstruos, capaces de cometer los más abyectos y repugnantes crímenes conocidos en la historia de la humanidad. Y aquellos supervivien­tes del holocausto, al ser los únicos que podían dar testimonio de aquel horror, tenían la obligación de informar detalladamente a la humanidad de lo que ocurrió. O, lo que es lo mismo, de lo que puede llegar a ocurrir incluso en los países más avanzados del mundo si se despeñan por los abismos de ciertas teorías, mortales de necesidad. Tenían que dar ese testimonio, y tenían que darlo aunque alguien se molestara por relatos tan poco gratos, y aunque ellos mismos tuvieran que cargar con tan pesada y desagradable responsabilidad. Gracias a ellos, hoy conocemos lo que pueden dar de sí ciertas teorías de la sociedad, de la patria, de la raza y de la propia humanidad.

De ahí el valor impagable de los detallados testimonios de las víctimas de los campos de exterminio nazis. De ahí igualmente, por ejemplo -y salvando todas las distancias correspondientes-, el valor del informe de la CONADEP (Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas) sobre la barbarie producida por la represión militar en Argentina, es decir, en uno de los países más cultos de América Latina. Y de ahí también, el enorme mérito de los informes del REMHI (Recuperación de la Memoria Histórica, del Arzobispado de Guatemala) y de la CEH (Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU), ambos sobre los crímenes masivos cometidos durante el conflicto interno de Guatemala. Y todo ello en el último cuarto del siglo XX. Nadie podría creer la magnitud de tales crímenes, si no fuera por los miles de testimonios registrados por las dos citadas comisiones de inves­tigación sobre Guatemala. Y nos hemos referido al enorme mérito de los declarantes con plena justificación, porque, a diferencia de aquellos supervivientes del holocausto, que dieron testimonio de lo perpetrado por el nazismo cuando éste ya había sido aplastado, los supervivientes de las masacres de Guatemala, por el contrario, tuvieron que vencer el miedo que les paralizó durante 15 ó 20 años de silencio, dando su testimonio sobre lo perpetrado por un tipo de fuerzas que no habían sido derrotadas en ab­so­luto, y que, a lo largo de los años han mantenido y demostrado -como veremos en los casos Gerardi y Mack- su mortal capacidad de amenaza y su letal peligrosidad.

"Lo que pasó, pasó, y ya no es cuestión de volver a hurgar en ello", nos decía un conocido coronel guatemal­teco. Algo así como si nos dijeran que lo feo no es cometer esos terribles crímenes, sino hablar de ellos. Según esta postura, lo hecho, hecho está, y punto. Lo intolerable es investi­garlo, averiguarlo a fondo, y sobre todo, describirlo. Que nadie sepa lo que pasó; y si alguien lo sabe, que lo olvide; y si no lo olvida, que lo calle por la cuenta que le tiene. Quienes cometieron esas atrocidades, y sobre todo quienes las ordenaron cometer, desean siempre a posteriori que nadie se atreva a investigarlas, que nadie las explique, que nadie las describa, que nadie las mencione, que nadie se atreva a remover algo tan profundamente desagradable. Que nadie vuelva sobre ellas, que todos corran un tupido velo de olvido y, a ser posible, de temor. Pues el temor garantiza el silencio más y mejor que el simple olvido, que nunca llega a ser total.

Por fortuna, contra esta lamentable postura tendente a la omisión -que se traduce en pura ocultación-, se ha abierto paso la búsqueda de la verdad, y ahí están los miles de testimonios del REMHI y de la CEH. Miles de declaraciones de testigos y supervivientes del horror, que recuerdan y recordarán mientras vivan la forma como vieron quemar a sus padres, mutilar a sus hijos, violar y matar a sus madres, hijas o hermanas. De todas ellas, alguna declaración determi­nada podrá estar equivocada, o exagerada por la memoria, o dictada por motivaciones ajenas a la verdad. Pero el abrumador conjunto estadístico, la inmensa masa testifical, el aplastante conjunto de miles y miles de declaraciones coinci­den­tes, constituye la más ciclópea prueba de una de las verdades históricas más sólidas que puedan establecerse sobre la América del siglo XX. Verdad histórica ya, aunque los hechos hayan acontecido sólo dos décadas atrás.

En consecuencia, nuestra opción entre omisión y descripción, para esta obra, no podía ni debía ser otra que la descripción. La descripción de la barbarie tal como se produjo, en los términos literales recogidos por los numerosos y contundentes testimonios registrados. Sólo así, con el conocimiento de lo que realmente ocurrió, podrá el lector captar las simas de miseria e indignidad en las que puede hundirse el comportamiento militar cuando fallan determinados valores morales. A partir de ese conocimiento de una dura realidad y de aquellos factores que la engendran, se percibirán con nítida claridad algunos de los principales conceptos que deben ser modificados, y en qué sentido. Y al mismo tiempo, el cono­ci­miento de los horrores perpetrados por ciertos Ejércitos, y de los ipso­res directamente conducentes a ellos, permitirá igualmente al lector compren­der la justifica­ción, necesidad y pleno sentido del modelo analítico que proponemos.

 

En cuanto al orden de presentación

Una vez asumida la necesidad de la descripción de los hechos, aparecía otro problema, otra opción, quizá de menor entidad, pero no precisamente fácil ni despreciable, pues nos ha obligado a priorizar unas exigencias sobre otras, cosa siempre problemática y que implica un cierto riesgo. Nos referimos a la decisión sobre el orden de presentación de los ingredientes inevitables de la obra.

En efecto, este libro admitía dos formas, a priori igualmente razonables, de organizar su orden secuencial. Una de ellas consistía en optar por la siguiente secuencia:

Primero: Planteamiento de nuestro modelo analítico.

Segundo: Descripción de los trágicos hechos que pretendemos analizar.

Tercero: Análisis sociológico de estos hechos, a la luz del modelo previamente descrito.

La segunda ordenación posible era esta otra, intercambiando el orden de los dos primeros temas y manteniendo en todo caso, como es obvio, el tercero:

Primero: Descripción previa de los hechos.

Segundo: Planteamiento del modelo analítico.

Tercero: Análisis sociológico del fenómeno estudiado, a la luz del modelo.

La primera opción significaba, en definitiva, proporcionar primero el bagaje conceptual, y una vez dotado el lector de tal bagaje, pasar al conocimiento de los hechos. Es decir, de las atrocidades que los Ejércitos –en este caso uno de ellos, elegido aquí entre otros que también hemos estudiado- pueden cometer, y de hecho cometen, cuando su formación moral y doctrinal adolece de graves deficiencias, cuyas consecuen­cias se traducen en comportamientos de lamentable criminalidad.

La segunda opción, en cambio, consistiría en entrar directamente en el conocimiento de tales realida­des, pretendiendo dar una visión previa del tipo de fenómeno que nos ocupa, es decir, del tipo de terribles hechos a los que genéricamente va a referirse todo nuestro estudio, todo nuestro análisis, y en el que se centra todo nuestro trabajo investigador. Después, dotados ya de ese conocimiento de los hechos, se introduciría el bagaje conceptual (el modelo analítico), lo que nos permitiría pasar después al análisis final de los hechos estudiados.

Después de considerar las ventajas e inconvenientes de ambas secuencias posibles, hemos optado por la primera. Es decir, hemos decidido que valía la pena proporcionar, ya desde el principio, los conceptos básicos que vamos a definir y utilizar (perfectamente asequibles para el lector normal, aunque no proceda del campo de la sociología ni del derecho). En otras palabras, vamos a empezar por la presentación de la herramienta analítica que vamos a manejar. Instrumento que luego nos permitirá compren­der, explicar, e incluso prevenir y corregir para el futuro ciertos comportamientos militares execrables, que surgen como consecuencia de determinados factores y desviaciones previas, precisando qué factores son ésos que es preciso suprimir o modificar, y qué desviaciones morales es preciso evitar o corregir.

Así, ya en el Capítulo 1, el lector se enfrentará a las únicas páginas de definición sociológica, no muchas, pero, en todo caso, imprescindibles, y, en todo caso, perfectamente accesibles al lector común. En ellas expondremos nuestro modelo analítico ya citado. Para ello estableceremos los principios básicos ­po­cos, cla­ros, y sólida­mente articulados entre sí- de cuyo cumplimiento o incum­pli­miento se deriva directamente la buena o mala -a veces difícil, e incluso dramática- relación entre civiles y milita­res en distintas situaciones de conflicto, así como el carácter –correc­to, incorrecto, delic­tivo o incluso netamente criminal- de los compor­tamientos militares que habremos de analizar y valorar.

Como piezas fundamentales de ese bloque de conceptos, nuestro modelo explicará el conjunto de valores que configuran el núcleo básico del comportamiento castrense en el plano de las normas (lo imperativo) y las convicciones (lo moral). Fundamen­talmente, enfocaremos los tres valores militares más decisivos en cuanto a las conductas sociológicas de los Ejércitos: disci­plina, honor y espíri­tu de cuerpo, anali­zando qué tipo especí­fico de disciplina, qué clase de honor militar y qué concepto del espíritu corporativo resultan compatibles con -y favorecedores de- el respeto a los dere­chos humanos y la consoli­dación de un régimen democrático de sólida base civil. Igualmente, de forma análoga y paralela observaremos, por el contrario, cuáles otros conceptos erróneos y degradados de disciplina, desviado honor y degene­rado cor­po­ra­tivismo -por desgracia vigentes aún en numero­sos Ejércitos- resultan incom­pa­­tibles con un Estado de Derecho, vulnerando gravemente los derechos humanos y haciendo imposible la instauración de un sistema de libertades, de base democrática y respetuosa del poder civil.

Ese primer Capítulo consistirá, por tanto, en la exposición de ese conjunto de conceptos y principios bási­cos que configu­ran nuestro modelo I-M. Asumimos, por tanto, que el lector asimilará sin ninguna dificultad los conceptos de nuestro modelo analítico (explicado en las páginas de ese Capítulo 1). A continuación, contando ya con ese conocimiento previo, pasará a los hechos descritos y documentados en los Caps. 2 y 3 (especialmente las atrocidades del genocidio maya, recogidas en el 2). Hechos cuyo análisis posterior (Cap. 4 y último) resultará perfectamente comprensible para ese mismo lector, pues entrará en ese análisis disponiendo ya de todos los elementos –teóricos y fácticos- necesarios para ello.

En otras palabras, el ciudadano común, más bien desconocedor de lo ocurrido en Guatemala y más bien ajeno también al campo de la Sociología, cuando entre de lleno en contacto con el aspecto puramente humano –e inhumano- de la cuestión, lo hará después de haberse dotado de la herramienta teórica, con la que le resultará más fácil sumergirse en la realidad fáctica. En la dureza, en la crueldad, en la brutalidad, pero también en la verdad de lo fáctico, en el dramatismo de los hechos registrados. Finalmente, una vez conocida y asumida esa terrible realidad impuesta por los hechos, el lector estará en condiciones óptimas para entrar en el capítulo final, que constituye la meta de nuestra obra: los análisis, valoraciones y conclusiones finales de nuestro examen sobre los hechos registrados.

 

Respuesta anticipada a una posible objeción

Nos importa anticiparnos a una posible objeción. Tal vez a alguien se le ocurra objetar que hemos desarrollado nuestro modelo analítico sobre un caso único, el de Guate­mala, poniendo en duda, con ese pretexto, la validez de nuestras conclusiones para otra amplia generalidad de casos. Tal objeción, caso de producirse, carecería de funda­men­to, y ello por el doble motivo que señalamos a continuación.

Primero, porque no es cierto en absoluto que el caso de Guatemala sea el único que hemos investigado. De hecho, en las últimas décadas hemos tenido ocasión de estudiar los comportamientos militares en otra serie de conflictos, cuya descripción, análisis y conclusiones quedan para obras posteriores, pues hubieran alargado exageradamente este libro en caso de incluirlos en él. Podemos anticipar, sin embargo, que las conclusiones aquí extraídas, y nuestro modelo analítico aquí desarro­llado, no proceden únicamente del caso de Guate­mala, sino que se ven fuertemente respaldados por la casuística de otra serie de conflictos que también han sido objeto de nuestra investigación, y cuyos análisis quedan para posterior publicación.

En segundo lugar, y principal en importancia, la objeción sería infundada por olvidar un punto fundamental: el hecho de que, desde le punto de vista científico, existen dos vías de acceso al conocimiento que resultan igualmente válidas. La metodología científica, como es sabido, ofrece, entre otras, dos vías de averiguación, la inductiva y la deductiva. La vía inductiva, es decir, la captación de unos hechos reales rigurosamente constatados, registrados y documen­tados, y, a partir de ellos, la extracción –igual­mente rigurosa- de conclusio­nes generales válidas no sólo para esos casos concretos, sino para muchos otros hechos similares en muchos otros lugares (es decir, el paso de lo particular a lo general) constituye una de las vías de cono­cimiento que ha permitido el progreso de las ciencias, tanto puras como sociales. A su vez, la vía deductiva, es decir, el enunciado de una determinada ley o principio básico, formado por un conjunto de relaciones lógicas de validez general, y, a partir de esa ley o principio, deducir lo que ocurrirá en muchos otros casos parti­culares (paso de lo general a lo particular), es otra de las vías que nos permite conocer y prever innumerables comportamientos concretos. Vía igualmente utilizada, de forma masiva, en el ámbito de las ciencias.

En nuestro caso, las diversas comisiones de investigación -las denomi­nadas genéricamente “Comisiones de la Verdad”-, como las de Argentina (1984), Chile (una en 1990 y otra en 2004), El Salvador (1993), Guatemala (una en 1998 y otra en 1999) y Perú (2003), nos revelan una avalancha de hechos reales absolu­ta­mente verídicos (hechos particulares pero muy numerosos, pues se trata de muchos miles de casos registrados y testificados), que, junto con otra serie de datos reales aportados por otros organismos de absoluta seriedad (Amnistía Internacional y otras organizaciones defensoras de los derechos huma­nos), nos permiten extraer, de ese gran volumen de evidencias fácticas, una serie de conclusiones ineludibles, configurando con ellas un modelo de gran validez general (en nuestro caso, el modelo I-M). Ese modelo analítico, una vez elaborado, nos permitirá a su vez examinar, valorar, e incluso prever y poder modificar a priori un gran número de casos futuros, que se desarrollarán a su manera, para bien o para mal, dependiendo en gran medida de que se actúe de uno u otro modo, según los módulos positivos o negativos establecidos y previstos por ese “conjunto de relaciones lógicas de validez general” (como antes hemos llamado a esa ‘ley’, o ‘principio’, o ‘modelo analítico’ de aplica­ción).

 

¿Por qué precisamente Guatemala como caso paradigmático?

Incluso asumiendo la amplia generalidad del modelo, lo que sí resulta razonable es preguntarse por qué, habiendo estu­dia­do una serie de conflictos, elegimos para este libro el caso de Guatemala y no otro de los –por desgracia abundantes- casos posibles. La res­pues­ta está clara. En primer lugar, porque dentro de los conflictos que en las últimas décadas han afectado a Ejércitos occidentales, el caso de Guatemala, con sus ingredien­tes especí­ficos, nos proporciona una nutrida casuística, es decir, una larga serie de ejemplos absolutamente descriptivos del tipo de comportamien­tos militares que queremos estudiar y de las situa­ciones, excesos y defec­tos que aquí pretendemos examinar y valorar.

En segundo lugar, porque –sorprendentemente- el caso de Guatemala, pese a su enorme importancia cualitativa y cuantitativa, permanece en gran medida desconocido para la opinión pública, o, como mínimo, incomparablemente menos conocido que –por ejem­plo- los casos de Chile y Argentina, cuya repercusión mediática en materia de dere­chos humanos ha sido siempre mucho mayor, tanto durante sus respectivas dictaduras como en sus secuelas posteriores hasta el momento actual.

Pero volviendo al primero de los factores señalados, el caso de Guatemala resulta especialmente válido para la aplicación práctica de nuestro modelo de análisis, por la inmensa acumulación de ‘casos particulares’ registrados, convergentes y coincidentes en señalar, con obstinada persistencia, una determinada realidad. Una realidad suficientemente clara, constatada, comprobada y reconfir­mada como para acabar configurando, a partir de ella, un sólido modelo de gran validez general. Es decir, un fenómeno especialmente propicio para pasar, en su estudio riguroso, de lo particular (inmensa profusión de casos particulares) a lo general (formulación de un modelo de muy amplia generalidad, que en trabajos posteriores utiliza­remos a fondo para analizar otros escenarios).

En efecto, dentro de la exposición de los hechos, el lector encontrará en el Capítulo 2 la presentación casuística de los terribles dra­mas humanos y los atroces crímenes que se derivan de determinados comporta­mientos militares, tomando en esta ocasión como ejemplo especialmente des­criptivo el de ese concreto país, Guatemala, cuya reciente historia nos permite ilustrar este tipo de comporta­mientos con especial claridad. Para ello tomaremos y entraremos a fondo en el análisis de ese caso histórico, el guatemalteco, tan reciente como para­digmático. A tal efecto, y disponiendo de un ingente soporte docu­men­tal, estudiaremos las actua­cio­nes militares y las relaciones Ejército-Sociedad en el largo conflicto interno padecido por la sociedad guatemalteca durante el período 1962-1996, y muy especial­mente durante el quinquenio negro de 1978-1983. De todas formas, inevitablemente, nuestro examen se referirá en algún momento a fechas anteriores a 1962, y también a fechas posteriores al acuerdo de paz de 1996, llegando ya en el Capítulo 3 hasta acontecimientos de los primeros años del siglo XXI (especialmente sobre los juicios de los casos Gerardi y Mack).

En definitiva, la lectura de esos dos Capítulos 2 y 3 nos hará entrar crudamente, ineludible­mente, en la parte más dura de la obra: la presentación del genocidio perpetrado contra las poblaciones mayas, tan significativo como terrible. Caso que, aunque nos horrorizará en más de una ocasión, también nos permitirá dos cosas. Primera, abrirá los ojos de muchos a una gran verdad que todo el mundo debería conocer: las simas en las que pueden hundirse aquellos ejércitos deficientemente formados en lo moral. Y segunda: nos permiti­rá después aplicar analítica­mente cada uno de los principios y conceptos básicos que integran nuestro modelo I-M, enfocados a unas realidades históri­cas y sociales tan concretas como crueles, pero situa­das de lleno dentro de nuestro campo de investi­ga­ción.

En definitiva, y con las salvedades que oportunamente señalaremos (que hacen del conflicto de Guatemala un caso relativamente espe­cial en algún aspecto, con algún ingre­dien­te que no se da en otros lugares con la misma intensidad), las actuaciones de aquel Ejército resultan, en muchos aspectos –profe­sio­nales, morales, doctrinales, sociales e incluso interna­cio­nales, como veremos-, muy represen­ta­tivas de no pocas conductas milita­res lati­no­ame­ricanas de las últimas décadas. Todo ello, repetimos, sin perjuicio de reco­nocer y señalar las diferencias específicas que resulte obligado registrar.

En cualquier caso, el estudio del conflicto guatemalteco, con sus propias circuns­tan­cias y factores concurrentes, examinado a la luz de los conceptos analíticos de nuestro modelo imperativo-moral, permitirá al lector comprender qué procesos degenerativos de la moral militar están -o han estado- vigentes en no pocos Ejércitos de nuestro tiempo –el de Guatemala no es en absoluto un caso único, aunque sí destacado-, y qué tipo de atrocidades pueden llegar a cometerse cuando tales valores milita­res se deterioran hasta alcanzar ciertas formas de degradación moral y profesional.

Queda, pues, para posteriores obras la publicación del estudio –que ya hemos efectuado- de otros dramáticos conflictos, geográfi­ca­mente tan distantes entre sí como los de El Salva­dor y Bosnia, y de dictaduras tan contiguas en el tiempo y el espacio como las de Chile y Argentina. Su temática y su gran interés reclamaban su inclusión en esta misma obra, pero su extensión lo ha hecho imposible, por lo que –como ya hemos dicho- quedan comprometidas para posterior ocasión.

* * * * *

Finalmente, al examinar los hechos y comportamien­tos históricos aquí registrados, analizándolos a luz de nuestro modelo propuesto, ese análisis nos permitirá extraer una serie de conclusio­nes, inclu­yendo las referentes a la necesidad y a la forma concreta de introducir profun­dos cambios en las mentes y con­ciencias de los milita­res pro­fesionales, en aque­llos Ejér­ci­tos caracte­ri­zados –como es el caso de Guatemala- por un trágico historial en materia de dere­chos humanos y moral militar.

Dichos cambios necesarios quedarán particularmente explícitos en el Apéndice final, en el que reproducimos nuestro documento de Recomendaciones redactado en la CEH (Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU sobre Guatemala), uno de los documentos que en su momento (agosto de 1998) redactamos personalmente, dentro de nuestro trabajo en dicha Comisión. Dicho documento enumera los cambios que, antes o después, tropezando con más o menos resistencias, habrán de ser finalmente introducidos por la doble vía legislativa y educativa. Dos vías insoslaya­bles, pero de diferen­te dificultad. La primera (renovación de leyes y códigos), que teóricamente resultaría factible en un período más bien breve; y la segunda (renovación de las conciencias a través de su formación moral) que, incluso si fuera emprendida con decisión y firme voluntad por las auto­ri­dades civiles y militares guatemaltecas, resultaría incomparablemente más larga, problemática y difícil de cumplir que la anterior. No es ningún secreto que cambiar las conciencias resulta, siempre y en cualquier parte, mucho más difícil que modificar las leyes.

En este punto, Guatemala tropieza con el mismo obstáculo –particu­larmente grave, en su caso- que ya hemos conocido en otras serie de países, en el transcurso de los procesos de transición y consolida­ción democrática que no pocas sociedades han de atravesar, y que, en muchos casos, están atravesando desde años atrás. Se trata del factor entorpecedor derivado de los propios excesos cometidos, excesos que, a posteriori, motivan en los militares que participaron en ellos una actitud fuertemente reacia a los cambios, que ellos perciben como claramente amenazadores para su posi­ción. De ahí sus esfuerzos inmovilistas, tendentes a mantener intacto –entre otras cosas- el blindaje de su impunidad frente a toda posibilidad de juicio y castigo por dichos excesos anteriores. Excesos, como veremos, derivados de una defi­ciente formación moral y de un agudo proceso degenera­tivo, ambos en ese campo decisivo que es la moral militar, en su vertiente humana, profe­sional y social.

Consideramos, en definitiva, que el proceso vivido por Guatemala en las últimas décadas en cuanto a relaciones civiles-militares –prácticamente en el último medio siglo, desde el golpe de Estado de 1954-, resulta especialmente ilustrativo, pese a algunas de sus peculiaridades, del tipo de procesos sociológicos y morales que van a ocuparnos en esta y otras obras, y que nuestro modelo I-M permite estudiar con el debido rigor.

En cuanto a los cambios propuestos, éstos siguen resultando ineludibles, con toda indepen­den­cia de su mayor o menor dificultad, y del mayor o menor tiempo que se necesite para su implantación. Se trata de cambios impres­cindibles en el campo de los valo­res militares fundamentales y de la formación castrense recibida, a la luz de los principios básicos de una moderna moral militar, que tiene en los derechos humanos y en el derecho internacional humanitario bélico la base funda­mental de aquellos límites que el militar nunca debe rebasar. Principios apoyados en la cruda eviden­cia de la investigación empírica, en los datos histó­ricos acumulados en las últimas décadas en diversos países y Ejércitos, y en las valiosas apor­ta­ciones de la moderna Socio­logía Militar.

Se trata, en definitiva, de establecer unos valores y principios cuyo objetivo no es otro que la formación de unos militares dotados de una suficiente solidez moral, humana y profe­sional. Solidez moral que, in­clu­so dentro de la inevitable y terrible crueldad de la guerra, haga imposible que determinados horrores, irre­fu­ta­blemente consta­tados en numerosos conflictos –y de forma especial en Guatemala-, lleguen a ser perpetrados por unos militares profesionales eficazmente vacunados contra esas conductas criminales, por haber incorporado firme­men­te a sus convic­cio­nes este conjunto de principios, de carácter fundamentalmente moral y social.

Y, en el peor de los casos -habida cuenta de las flaquezas de la condición huma­na-, si a pesar de todo llegaran a producirse excesos, una formación militar sólidamente basada en estos prin­cipios podrá conseguir, en la inmensa mayoría de los casos, que tales excesos rebajen su perfil y queden reducidos a su mínima expresión posible, evitan­do al menos los crímenes de más abominable y abyecta gravedad.

 


Ficha Técnica del Libro  -  Índice  - Autor: Prudencio García


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