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Autor: Prudencio García Martínez de Murguía. Investigador y consultor de la Fundación Acción Pro Derechos Humanos Artículo publicado en La Vanguardia, el día 31 de marzo de 2011 Resulta enormemente ilustrativa la lectura de las recientes confesiones de algunos militares chilenos, condenados a largas sentencias de prisión por sus crímenes perpetrados durante la dictadura de Pinochet. Así, en sus recientes declaraciones al semanario chileno Cambio 21, el mayor Carlos Herrera Jiménez, que cumple pena de presidio perpetuo en el penal militar de Punta Peuco, convicto y confeso de los asesinatos del dirigente sindical Tucapel Rodríguez y del carpintero Juan Alegría, expresa sin tapujos las aberraciones morales que desembocaron en los crímenes pinochetistas. La perversa degradación de la moral militar sufrida por aquel Ejército y por tantos otros en aquellos años de plomo aparece registrada con meridiana claridad. “Estaba convencido de que, desde la institución militar, se servía eficazmente al país, pues ésta es dirigida y conformada por personas valientes, de honor y revestidos de dignidad, a quienes era necesario obedecer sin titubear (...) Pero, estaba equivocado”, proclama hoy. “Por la naturaleza de las funciones que cumplí en los servicios de seguridad del gobierno militar –confiesa el mayor- se me tornó difusa la barrera de lo moral, inmoral, y amoral.” “Además, estaba equivocadamente convencido que la elite intelectual nacional estaba en la Fuerzas Armadas chilenas, por ser éstas la última reserva moral de la patria y que sus comandantes eran personas del más alto nivel intelectual, moral y ético. ¿Qué otra cosa iba yo a pensar si la única información que recibía era impartida por el conducto regular militar?” (…)“Por medio de una sostenida y efectiva acción sicológica se nos hizo ver que el ‘enemigo’ era cada día más fuerte, más peligroso, más sanguinario, más traidor, más peligroso para las familias y para nuestro país. El paso del tiempo, la madurez adquirida y el peso de la conciencia me hicieron comprender que lo obrado anteriormente por esa vía fue un profundo y desatinado error.” Tras 22 años de prisión, el mayor ha solicitado el indulto presidencial, que le ha sido denegado. Patético, pero inmensamente clarificador. El envenenamiento ideológico que recibieron aniquiló las conciencias de miles de militares latinoamericanos, convirtiéndolos en asesinos y torturadores. La amarga confesión de los propios interesados constituye hoy, para el futuro, la más valiosa lección de lo que no debe repetirse jamás.
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