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RUSIA: MUERTE AL DENUNCIANTE

 


Autor: Prudencio García Martínez de Murguía.

Miembro del Consejo Consultivo de la Fundación Acción Pro Derechos Humanos

Artículo publicado en La Vanguardia (Barcelona), el día 8 de noviembre de 2006.


El gerente de la Agencia Tass, Anatoli Voronin, ha sido asesinado en Moscú, cuando aun no se ha extinguido la conmoción por el vil asesinato de la periodista Anna Politóvskaia, y a las pocas semanas de la eliminación física del vicegobernador del Banco Central, Andréi Kozlov, otro duro crítico de la política gubernamental. La crítica al gobierno, la denuncia de sus excesos y omisiones, se paga con la muerte en la Rusia de Putin. Ya van 12 periodistas asesinados desde que éste llegó al poder. Pero la muerte más criminal, la más obscena y repugnante, sigue siendo la de la admirable Anna Politóvskaia, perpetrada el pasado 7 de octubre.

A sus 48 años, la fragilidad física de aquella mujer albergaba esa ciclópea fuerza moral que permite a ciertas personas privilegiadas lanzarse a tumba abierta –esta vez en el más literal y trágico de los sentidos- sobre aquellos problemas y lugares en los que la brutal violación de los derechos humanos sólo puede ser combatida a través del riesgo, incluso del riesgo mortal. Y ella ya había sufrido repetidas amenazas y agresiones.

Los periodistas que investigan en Rusia abusos de derechos humanos o flagrantes casos de corrupción son asediados por la policía y amenazados por los grupos fascistas y por las mafias,  mientras, por el contrario, los grupos mafiosos y ultraderechistas campan a sus anchas en aquella sociedad. La figura del asesino a sueldo no es precisamente un producto que escasee en la Rusia actual, y está muy lejos de constituir una especie salvaje en riesgo de extinción.

Pero, incluso conociendo y asumiendo esta realidad, la indomable Politkóvskaia combatía en muy numerosos frentes a la vez, y todos de aguda peligrosidad. “El círculo de sus enemigos era demasiado amplio”, dicen los analistas. “Atacaba a los intereses de poderosos grupos políticos”, dice Alexei Venediktov, director de la emisora ‘El eco de Moscú’. Svetlana Gannúshkina, miembro del grupo defensor de derechos humanos ‘Memorial’, afirma que Anna se hallaba sin duda incluida en alguna de las listas de personas a eliminar, seleccionadas por ciertas organizaciones fascistas. A su vez, Oleg Panfílov, director del ‘Centro de Periodismo para Situaciones Extremas’ de Moscú, resume su calificación sobre la periodista asesinada en estos escuetos términos: “Ella era la conciencia del periodismo ruso”.

Cuando Anna fue abatida estaba a punto de publicar en su periódico Nóvaia Gazeta el resultado de sus últimas investigaciones sobre los secuestros y las torturas perpetradas en Chechenia por las fuerzas prorrusas del primer ministro checheno, Ramzán Kadirov. “Tengo las fotos sobre mi escritorio. Estas son las torturas practicadas en las cárceles de Kadirov hoy y ayer”, decía en una entrevista en 2005. “Kadirov es un cobarde armado hasta los dientes y protegido por guardaespaldas. Sueño con que lo lleven al banquillo de los acusados y que investiguen todos sus crímenes”, decía de él. De ahí que muchos señalen, y no sin fundamento, al mismo Kadirov como el posible autor intelectual del crimen. Pero no era éste, ni mucho menos, el único enemigo poderoso interesado en su eliminación.

No satisfecha con señalar los atropellos a los derechos humanos de las tropas rusas en Chechenia, investigaba también los casos de corrupción del Ministerio de Defensa referentes a las tropas federales que actúan en el Cáucaso. Para colmo, se dedicaba a ayudar eficazmente a aquellas familias chechenas víctimas de atropellos, torturas y secuestros de familiares, que se atrevían a presentar sus denuncias ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, con las correspondientes demandas contra la Federación Rusa. Demasiada provocación para demasiadas fuerzas letales  y demasiado poderosas.

Los comentaristas no dejan de señalar la curiosa coincidencia cronológica: Anna caía asesinada el 7 de octubre, el mismo día en que Putin cumplía 54 años. “Excelente regalo de cumpleaños para Vladimir”, han dicho las malas lenguas –malas pero probablemente acertadas-, aludiendo al suspiro de alivio que el actual inquilino del Kremlin habrá soltado en su más oculta intimidad.

Las personas como Anna Politkóvskaia no pertenecen a Rusia, ni a Chechenia, ni al mundo occidental ni tampoco al oriental. Ni al Norte ni al Sur. Son personas que a todos nos pertenecen, que a todos nos honran y dignifican. Personas que ennoblecen a la condición humana, frente a tantos indeseables que la hunden en el horror y la indignidad.


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